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Un hombre que sueña entre tablas y mareas: Daniel Fagúndez, el director y actor caraqueño con alma insular Escuchar a Daniel Fagúndez es entrar en el universo íntimo de un artista que ha hecho del teatro no solo su oficio, sino su forma de vida. Juan Ortiz
![]() Dando clases en la Escuela Nacional de Artes Escénicas César Rengifo. 1 Jun, 2025 | Desde la televisión nacional hasta los salones de clase, desde los escenarios del microteatro caraqueño hasta los experimentos sensoriales en la Isla de Margarita, la trayectoria de Daniel Fagúndez es la de un creador integral, de esos que entienden el arte como una forma de resistencia, de encuentro y de verdad. El teatro como salvación Actor, director, docente y formador de generaciones, Fagúndez ha transitado todos los caminos del oficio actoral con una coherencia poco común. “El teatro me salvó la vida”, confiesa, y no es metáfora: lo dice quien ha hecho del escenario su templo, su trinchera y su escuela. Orígenes y primeros pasos Su historia comienza en Caracas, un 20 de julio de 1965, en la maternidad Concepción Palacios de la parroquia San Juan. Hijo de Pablo Fagúndez Rojas y Luisa Elena Palacios de Fagúndez, fue el menor de tres hermanos, el consentido de la casa, como él mismo admite. A los pocos días de nacido, la familia se trasladó a los Valles del Tuy, donde transcurrieron su infancia y adolescencia, marcadas por una felicidad sencilla, de juegos con trompo, metras, papagayos y escondidas. Juventud, familia y esfuerzo Estudió en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús y luego en el Liceo Francisco Tosta García. Allí, en la época del bachillerato, conoció su primer gran amor, Saidif Sarmiento, con quien se casaría muy joven, a los 19 años, al saber que venía en camino su primer hijo, Daniel Isaías —un exitoso médico estético de gran trayectoria en Caracas—. Oficios y vocación Durante ese tiempo, hizo de todo un poco: vendió perros calientes, trabajó en licorerías y perfumerías familiares, vendió naranjas peladas en toros coleados, y hasta se aventuró con una lunchería cerca de su liceo. Sin embargo, el arte seguía llamándolo con fuerza. Entre la televisión y el teatro Comenzó en la televisión, en la época dorada de las telenovelas venezolanas, bajo el ala de RCTV. Luego pasó por Venevisión y más adelante incursionó en el cine. Pero fue el teatro donde encontró su centro, su lenguaje, su propósito. “La televisión te da reconocimiento, pero el teatro te da alma”, resume. Margarita: laboratorio y hogar escénico Durante más de dos décadas, su lugar en el mundo fue la Isla de Margarita. Allí consolidó una labor formativa crucial, combinando la docencia con la creación escénica. En escuelas técnicas, talleres y espacios culturales, llevó adelante montajes que apostaban por lo sensorial, lo cinematográfico y lo vivencial, trabajando con jóvenes en contextos adversos. “Con ellos hice teatro dentro del teatro: el personaje pasaba por el loco, y desde allí interpretaba a otro. Fue un proceso precioso”, relata. La respuesta del público fue contundente: ovaciones, reconocimientos, y hasta la presencia del Ministro de Cultura en uno de sus estrenos. Roles memorables y reconocimiento Entre sus trabajos más celebrados destaca su interpretación del monólogo Sobre el daño que hace el tabaco, de Anton Chejov. Bajo la dirección remota de su maestro —radicado en la argentina—, Daniel construyó una versión desgarradora del personaje, aclamada por colegas y espectadores. “Me dijeron que si existiera un premio al mejor actor, me lo llevaba yo. Eso te sacude, te reafirma”, confiesa. Otro actor, Mario Sudano, lo definió con una frase elocuente: “A este pana se le cree todo lo que dice”. Dramaturgia y humor con conciencia También ha explorado la dramaturgia más osada. Su participación en Los monólogos del pene, una pieza de Carlos Díaz, lo llevó a romper esquemas desde la honestidad emocional y el humor. Lo presentó con éxito en Margarita y luego en el estado Miranda, donde un productor de Caracas quedó tan impactado que le propuso vender la obra. “Las inflexiones, la edición, todo… me lo elogiaron. Y uno no trabaja para eso, pero cuando llega, se agradece”. Juan Diablo: un proyecto de alma y raíz Uno de sus proyectos más personales es Juan Diablo, una película aún en desarrollo, inspirada en un personaje mítico de la Isla de Margarita. Se trata de un trabajo de largo aliento que combina ficción, memoria y raíces populares. Fagúndez no solo dirige y produce el film, sino que también la concibe desde el alma. “Juan Diablo es parte del ADN cultural de la Isla. Quiero hacerle justicia desde la estética, pero también desde el corazón”, afirma. Docencia y legado presente Hoy, Fagúndez reside en el estado Miranda y continúa su labor como docente en la Escuela César Rengifo, donde sigue sembrando pasión entre las nuevas generaciones. A los jóvenes les aconseja no buscar la fama, sino enamorarse del arte. “La actuación sirve para la vida. Te hace mejor comunicador, más empático, más honesto contigo mismo”, dice con convicción. Una vida anclada al presente Perseverante y paciente, se define como alguien que ha aprendido a habitar el presente. “El aquí y ahora es lo único real”, repite como mantra. Su visión de vida está profundamente influenciada por su práctica artística. “He aprendido a disfrutarme el presente. Lo poquito o lo mucho lo haces tú. Yo puedo disfrutarme hasta un vaso de agua, porque aprendí que no hay mañana: la vida no espera”. Un margariteño por elección y amor Aunque físicamente esté lejos de Margarita, emocionalmente no ha dejado de habitarla. “Me siento como un emigrante dentro de mi propio país. La Isla me dio una hija, grandes amigos, satisfacciones y aprendizajes. Sueño con ella todas las noches. Volveré, si Dios lo permite”. Vivir con arte, vivir con entrega Daniel Fagúndez no actúa para ser aplaudido, sino para existir de forma más plena. Su vida no es solo un testimonio de vocación, sino una invitación a vivir con entrega, con presencia y con arte. Y, como él mismo dice, dentro de su ser se siente “más margariteño que caraqueño”. Y aunque el mar lo separe de su tierra adoptiva, su arte sigue llegando a las orillas. La historia contada por el protagonista, Daniel Fagúndez Con esta breve introducción biográfica, doy paso a un apartado muy especial que agradezco mucho, pues Daniel tomó de su tiempo para desvelarme parte importante de su trayectoria, de su vida. Espero que lo disfruten tanto como yo. Los comienzos: vocación desde la incertidumbre En cuanto a mis inicios, o a cómo llegué a estudiar y qué me llamó la atención, todo comenzó con una gran incertidumbre. No sabía qué estudiar, realmente nada me llamaba la atención. Fui un buen estudiante, pero nada despertaba un interés real en mí. Fue entonces cuando, por curiosidad, me acerqué al mundo de las artes escénicas. En mi casa se veía mucha televisión. En aquella época eran comunes las novelas, y mi madre y otros familiares solían reunirse para ver los capítulos. Crecí con esa costumbre, y siempre me llamó la atención observar la televisión. Aunque en ese momento no lo sabía, el mundo del espectáculo me atraía de manera inconsciente. Jamás pensé que algún día podría trabajar en ese medio, pero al tener esa inquietud latente, decidí intentarlo. La Academia Venezolana de Radio, Cine y Televisión Un día vi un anuncio en la prensa sobre la Academia Venezolana de Radio, Cine y Televisión, ubicada en la Avenida Urdaneta. Decidí acercarme. Curiosamente, el Conde del Guacharo había estudiado allí un año antes que yo, se graduó y luego pasó a la Escuela de Levis Rossel. Yo estuve seis meses en esa academia. Con el tiempo, comencé a sentir un gusto por aquello. Era algo diferente, algo nuevo. ![]() Foto del montaje de Sobre el daño que hace el tabaco. El gran salto: la audición en la Escuela César Rengifo Más adelante, vi en la prensa que la Escuela Nacional de Artes Escénicas César Rengifo estaba realizando un casting para ingresar a la carrera profesional de teatro. Justo cuando terminé el curso en la otra academia, fui a presentar mi audición. Estaba muy nervioso, completamente fuera de mi zona de confort. Todo aquello era nuevo para mí. Era una persona muy introvertida. A pesar de que, en el entorno familiar, siempre hacía cosas para hacer reír a los demás, era bastante reservado. Sin embargo, era muy ocurrente. A pesar de eso, era un joven muy callado, una persona reservada. Aun así, decidí asumir el riesgo y ver qué ocurría. Me dije: “Esto me llama la atención, veamos qué pasa aquí”. Fui a la audición. Presenté mi prueba, para la cual tuve que aprenderme un texto, cantar, construir una escenografía con solo cuatro elementos, hacer imitaciones y participar en una escena de improvisación. Hice lo mejor que pude dentro de mis posibilidades. Después, debía regresar la semana siguiente para conocer los resultados, ya que esa prueba era para optar por un cupo en la academia. Cuando volví a buscar la nota, afortunadamente —y gracias a Dios—, aprobé la prueba. Y así comenzó mi camino, mi odisea en el mundo de las artes escénicas. Durante los cuatro años de formación en la Escuela Nacional de Artes Escénicas, viví un proceso de adaptación intenso. No puedo decir que fue traumático, pero sí estuvo lleno de incomodidades, especialmente por mi carácter introvertido. A pesar de que socializaba con amigos, nunca fui una persona que buscara llamar la atención. Desde el aula, era el más callado y me costaba realizar ciertos ejercicios. En el mundo del teatro existen muchos estereotipos: formas de vestir, maneras de comportarse. Yo era muy clásico, incluso en la manera de vestir. Recuerdo que en la escuela también estudiaba Carlos Cruz, quien hoy tiene una carrera consolidada. Él estaba un año por delante de mí. Desde entonces somos grandes amigos. Ambos éramos considerados como "los clásicos", con una apariencia tradicional, lo que hacía que muchos no creyeran que estudiábamos teatro. Sin embargo, fue un proceso interesante. El método Stanislavski y el autodescubrimiento Al pasar al segundo año, conocí el método Stanislavski, una metodología que confronta al actor consigo mismo. A través de ejercicios emocionales, uno comienza a conocerse, a entender sus limitaciones y capacidades. Descubrí que el instrumento de trabajo en esta carrera es nuestro ser. Gracias al teatro, aprendí a conocerme realmente. Siento que, en muchos aspectos, fue allí donde comencé a caminar de verdad. Así se dieron esos cuatro años de estudio. Me enamoré de la profesión. Al principio me inspiraban los actores que veía en las telenovelas, y quería ser como ellos. Pero con el tiempo, ese deseo pasó a un segundo plano. Lo que realmente me atrapó fue el proceso interior, el sentir, el conocerme, el interpretar escenas desde lo emocional. Ahí fue cuando decidí dedicarme seriamente a esta carrera. Quería prepararme, vivir de esto. Quería que las artes escénicas se convirtieran en mi oficio. Durante ese recorrido, llegó una oportunidad. Orlando Rodríguez, un profesor muy reconocido —lamentablemente ya fallecido—, daba la cátedra de Historia Social del Teatro. Él nos consiguió una audición para varios estudiantes que estábamos por egresar. Carlos Cruz ya pertenecía a Radio Caracas Televisión, y a los que estábamos por graduarnos nos dieron la oportunidad de hacer un casting. Oportunidad dorada: audición en RCTV Fuimos al canal, donde nos recibieron Doña Amalia Pérez Díaz y el señor Carlos Márquez. Nos entregaron un extracto del monólogo de “La señorita Julia” para presentarlo en la audición. Ese día fuimos al set, pasamos uno por uno y nuestras audiciones eran monitoreadas desde la cabina de transmisión. Nos observaban desde arriba. Era algo impresionante: Doña Amalia, Carlos Márquez… todos estaban allí. Para nuestra sorpresa, de todos los que nos presentamos, solo dos fuimos seleccionados, y yo fui uno de ellos. A partir de allí, recibí un taller de actuación para televisión dictado por Doña Amalia Pérez Díaz, completamente financiado por Radio Caracas Televisión. Fue una experiencia maravillosa. Ese taller era un entrenamiento directo para la cámara. Para mí, era como un sueño hecho realidad: aquello que tanto había anhelado comenzaba a materializarse. Estudié seis meses con Doña Amalia, y aunque la timidez seguía presente —y todavía lo está, porque forma parte de mi personalidad—, fue muy significativo. Recuerdo que ella, en algún momento, me preguntó preocupada: Era como tener enfrente a alguien que uno admira profundamente, alguien que veía por televisión, y que ahora estaba ahí, confiando en mí. Era abrumador, pero emocionante. Sentía que estaba en estado de shock. Con el tiempo, me fui soltando. Llegó el momento final del taller, la audición de cierre. Me asignaron un personaje campesino en un monólogo. Ya había venido trabajando el personaje con antelación, y al momento de presentarlo, me sentía mucho más preparado. Doña Amalia ya se sentía satisfecha con mi evolución. Era el momento de demostrar lo aprendido. Llegó finalmente el momento de la audición. Los estudiantes fuimos pasando uno a uno. Yo hice mi presentación, con entusiasmo, con nervios, con todo lo que uno lleva en el cuerpo en una instancia así. Pero lo que vino después fue una de esas sorpresas que marcan la vida. Formación frente a cámara: taller con Amalia Pérez Díaz Doña Amalia Pérez Díaz salió de la sala de audiciones y comenzó a buscarme. Cuando me encontró, me abrazó, me dio un beso y me dijo: —Pasaste con 19… porque el 20 lo tengo yo. Esa frase, esa escena, jamás se me va a olvidar. Fue algo maravilloso. Uno de esos momentos donde la vida te dice: “Sí puedes. Es posible”. En esa audición también estaban presentes altos directivos de Radio Caracas Televisión. Ellos estaban allí evaluando a quién apostaban, a quién iban a financiarle la formación. Y fui uno de los seleccionados. Contrato con RCTV: la realidad del medio Con esa audición me gané un contrato con Radio Caracas Televisión. De inmediato comenzaron los trámites: me abrieron cuenta en el Banco República, me incorporaron a la nómina… Me convertí oficialmente en talento exclusivo de RCTV. Y así comenzó una nueva etapa. Terminados mis estudios formales, arranqué mi camino en televisión. Mi jefa de casting fue Morelia González —también lamentablemente fallecida—, una gran amiga. Ella solía decirme: —Tú tienes una madre muy grande aquí dentro… Doña Amalia Pérez Díaz. La televisión comercial: entre frustraciones y aprendizaje Sin embargo, algo pasó. Todo llegó muy rápido. Trabajé en varios proyectos: «La Madame», «El Ángel», unitarios hechos especialmente para televisión. Pero algo no encajaba. Yo pensaba: “Si estoy contratado… ¿por qué no me usan más?”. Luego entendí que entrar era difícil, pero mantenerse lo era mucho más. La competencia era dura, las zancadillas también. Recuerdo una anécdota con Roberto Lamarca —que en paz descanse—. Me lo crucé en los pasillos del canal y, sin conocernos mucho, me dijo: —Pana, bájate. ¿Qué es eso? Como Franklin Virguez no hay dos. Me lo dijo de frente, sin filtro. En ese momento no entendí bien. Después supe que quizás se refería a mi apariencia, a mi color. Porque sí, en aquella época en Venezuela aún había ciertos prejuicios. Yo pensé: “Será por eso…”. El contrato me trajo beneficios, incluso para mi hijo, pero no insistí. Me costaba acercarme a los productores, hablar con los directores. Me daba pena. Me daba pena perder oportunidades, me daba pena tener que “jalar bola”, como decimos nosotros. Y yo no quería hacerlo. Etapa en Venevisión: Piel, Sirena y nuevas oportunidades Cuando terminó mi contrato, pasé a Martes Televisión, una productora que trabajaba para Venevisión. Allí participé en novelas como Piel y Sirena. Un amigo, Pastor González, que era jefe de casting y también actor, me ayudaba y me llamaba para trabajar. Formación continua: CELCIS, talleres y cine Pero poco a poco me fui desilusionando del medio. Aun así, decidí seguir formándome, porque la vocación seguía viva. Participé en talleres importantes organizados por el CELCIS (Centro de Estudios Latinoamericanos para la Creación e Investigación de las Artes Escénicas), con maestros como Juan Carlos Gené, Ricardo Lombardi, Verónica Odó. Hice un taller que se llamó “Actualización del Método Stanislavskiano para Venezuela”, incluso con un maestro ruso que trajeron especialmente. También cursé estudios en la Escuela de Altos Estudios Cinematográficos, en la avenida Francisco de Miranda, en Chacao. Quería aprender más sobre el cine. Allí conocí a muchas personas, entre ellas una joven que hoy es muy conocida: la Beba Rojas. En ese entonces tenía apenas 17 años. Compartimos muchas experiencias; nos hicimos buenos amigos. Hoy día vive en Santo Domingo. Hace poco, a través de un primo mío que está allá, me envió un saludo. Y aunque han pasado los años, el cariño sigue intacto. Luego de esa etapa inicial en televisión, comencé a acercarme al mundo del cine. Participé en un proyecto que, lamentablemente, quedó inconcluso, pero ese primer acercamiento me despertó una nueva curiosidad: la parte técnica, la parte tras cámara. Fue entonces cuando me integré a lo que llamaban “la Cuadra Creativa”, en Los Palos Grandes. A través de la escuela de cine conocí a gente de Minerva Film, y me fui adentrando cada vez más en ese universo. Aprendí cámara, me formé en producción, y me di cuenta de que ese lado del audiovisual también me apasionaba. La Isla de Margarita: el comienzo de una nueva vida Incluso, en Caracas llegué a fundar una pequeña productora. Lamentablemente, cometí el error de asociarme con una persona que me jugó sucio. Por confiado, terminé perdiendo todo. Me sentí como un “pajarito en rama”, sin nada donde agarrarme. Esa experiencia me marcó. Me retiré un poco decepcionado del medio. Ya no tenía ganas de insistir en la televisión frente a las cámaras, y me concentré en el trabajo tras bastidores. Sin embargo, como siempre, la vida te abre nuevas puertas. Mi hermano, al verme sin rumbo tras aquel intento fallido, me preguntó sobre el negocio de la publicidad y los audiovisuales. Le expliqué que era un campo con potencial. Y así, en la temporada de fútbol de 1994 —no recuerdo si era Francia—, ideamos un plan audaz. La idea fue simple pero efectiva: ofrecer una experiencia única durante la transmisión del Mundial en los Valles del Tuy. Seleccionamos estratégicamente cuatro restaurantes conocidos en la zona. Instalamos televisores grandes para que los clientes pudieran ver los partidos. Pero lo innovador fue que, en cada corte comercial de las transmisiones oficiales, nosotros emitíamos comerciales regionales a través de un sistema VHS sincronizado. Fue un éxito. Esa iniciativa nos generó el capital suficiente para dar el siguiente paso: irnos a la Isla de Margarita. Ya conocíamos la Isla gracias a nuestras giras musicales con la orquesta de mi hermano. Además, habíamos trabajado en campañas promocionales, como la del whisky Usher. Teníamos amigos allí, como la familia Sierra, y nos encantaba el lugar. Así que tomamos la decisión: nos mudamos a Margarita en 1994. Al principio fue duro. Llegamos con cuatro carros… y al poco tiempo no teníamos ninguno. Disfrutamos tanto de la Isla que se nos fueron los reales. Tocó empezar de cero. Pero también fue el inicio de algo grande. Reinvención en la Isla: publicidad y medios El margariteño fue muy receptivo con nosotros. Conocimos a mucha gente valiosa: los Tavares, la familia Moncada, Federico García Antón… Gente que nos tendió la mano. Pero los verdaderos pioneros margariteños en apoyarnos fueron los Esquivel: don Luis y don Rafael. Con ellos logramos instalar la primera pantalla audiovisual en la estación de servicio de Los Rollers. Era una pantalla de proyección frontal que encendíamos a partir de las seis de la tarde. Vendimos muchísima publicidad. Fue el arranque formal de nuestro proyecto audiovisual en la Isla. Ahí comenzó mi vida en Margarita, una Isla que agradezco, que quiero y a la que, algún día, espero volver. Allí están mis raíces, mi hija, mis amigos… Tú estás ahora en Argentina, pero sabes de qué hablo. Margarita es un lugar maravilloso para vivir, y ojalá las cosas mejoren para poder regresar. Producción local: música, televisión y comunidad En la Isla también desarrollé mi pasión musical. Hice gaita, trabajé con agrupaciones, fundamos una empresa llamada Cuadra Creativa. Tuvimos estudios de grabación por donde pasó una gran cantidad de artistas y músicos: Francisco Mata, Van Roja, entre muchos otros. Grabamos discos, produjimos eventos. Incluso desarrollé un programa de televisión llamado Lugareño, un espacio de turismo donde recorríamos todos los municipios de la Isla mostrando sus rincones, su gente, su cultura. Fue una experiencia hermosa. Y gracias a ese trabajo, conocimos aún más personas del medio, gente con la que hasta el día de hoy conservo una gran amistad. Hace poco volví a la Isla y me recibieron con los brazos abiertos. Sentí que no me había ido nunca. Y aunque uno no vive buscando aplausos o reconocimientos, el cariño de la gente te hace sentir que algo hiciste bien. Y eso se agradece. Conservo muchos amigos del medio, todavía estamos en contacto. Y, bueno, llega un momento en el que la compañía de publicidad, lamentablemente, cierra por la crisis y por otras situaciones. Fue allí cuando decido retomar mi carrera artística. Después de tanto tiempo, sentí que necesitaba reconectarme con lo que verdaderamente me movía. Tenía aún uno de los locales de la empresa, y me dije: “Voy a volver. Voy a volver a mi carrera”. Pero antes de eso, antes incluso de tomar la decisión firme de actuar otra vez, me entró una inquietud más fuerte: hacer una película. Sentía que eso me acercaría otra vez a mis raíces. Que me devolvería la pasión que me impulsó desde el comienzo. Fue como una necesidad del alma. Retorno a la vocación – El cine como destino En ese tiempo practicaba karate en el dojo de Eduardo Riveros, donde hice grandes amistades. Allí me formé hasta alcanzar el grado de sensei, otra faceta de mi vida que poca gente conoce. Hice mi carrera deportiva allí y, la verdad, es algo que también extraño muchísimo. En ese dojo conocí a Cristian Zerpa, quien para ese entonces era fotógrafo del Sol de Margarita. Un tipo reservado, pero nos entendimos de inmediato. Supimos hacer buena amistad. Sabía que a él también le apasionaba el cine y, en medio de esas conversaciones, surgió la idea: “Cristian, yo quiero hacer una película”. Fue una decisión impulsiva, pero con sentido. Sentía que era el momento. Yo ya había hecho un documental antes, llamado Margarita Clips, que vendimos bastante bien durante la época de las cumbres presidenciales. Lo ofrecíamos en sitios turísticos, en tiendas de artesanía… Se vendía el video. También había producido un programa dedicado a la Virgen del Valle. Pero esto era distinto: esto era cine. Esto era contar una historia grande. Y justo esa semana, escucho una canción del maestro Bracho —gran amigo y un artista extraordinario—. El tema era Juan Dolores y Juan Diablo. Me estremeció. La forma en que describía al personaje era tan vívida que inmediatamente lo visualicé en una historia. Casualmente, esa misma semana El Sol de Margarita publica un reportaje sobre Juan Diablo. Fue como una señal. Le dije a Cristian: “No hay que buscar más nada. Ya tenemos nuestra historia”. Y así comenzó el proyecto. Fundación Contrapicado – Castings y talleres de cine Creamos la Fundación Audiovisual Contrapicado, inscribimos la idea en la Villa del Cine, hicimos los trámites necesarios. Comenzamos a trabajar. Empecé a hacer casting, con una mezcla de emoción y nervios. Sabía que no tenía el conocimiento técnico profundo del cine, pero sí entendía la parte actoral, y eso me daba confianza. Los castings fueron una locura. Hice uno en Porlamar, otro en La Asunción, otro en Juan Griego… En cada uno se presentaban más de 100 personas. La convocatoria fue enorme, y eso me dio más fuerza. Decidí entonces ofrecer talleres de cine, para nivelar a los que no tenían formación actoral. Fue una experiencia hermosa. Allí fue donde comenzó realmente mi reencuentro con la actuación. Empecé a recordar todo lo que había estudiado en mi juventud. Pero ahora, con la madurez de vida, lo entendía de otra forma. Lo vivía distinto. Más profundo. Más comprometido. La producción de Juan Diablo fue una verdadera odisea. Buscamos patrocinantes, conseguimos casi todo. Estábamos listos para rodar… pero justo en ese momento se agrava la enfermedad del presidente de la República. Luego ocurre su fallecimiento, y todo el país entra en una nueva etapa de incertidumbre. Los posibles patrocinios se cayeron. Todo se paralizó. Aun así, no me detuve. La única ayuda institucional que recibimos vino de la gobernación. Argenis Figueroa nos apoyó con la alimentación. Con eso nos sostuvimos. Yo mismo me levantaba a las 4 de la mañana para preparar 60 arepas. Todo con el propósito de hacer cine. Fue un trabajo de hormiga. Pero me rodeé de gente talentosa y generosa. Sorel Fabiani —quien lamentablemente falleció joven— fue una de esas personas que marcaron el proyecto. Excelente ser humano y gran profesional. También se sumó Régulo Briceño, con quien compartí la parte de la fotografía. Con ellos, y con otros aliados valiosos, me lancé de lleno. Comenzó una nueva etapa en mi vida. Con pasión, con entrega, con esa mezcla de locura y coraje que solo el amor verdadero por el arte puede sostener. Lo agarré para la película y fue fascinante, porque yo ya tenía la película en la cabeza. Era como si nos entendiéramos sin necesidad de muchas palabras. Yo le decía: “Quiero esto”, y él me mostraba la fotografía, ¡y era exactamente lo que quería! Hubo un momento en el que Sorel me miró y me dijo: “Chamo, tú sabes lo que quieres. A pesar de que eres nuevo en esto, tú sabes lo que quieres”. Eso me marcó. Desde ahí fuimos adelante, con sus bemoles, porque el guion lo escribimos entre Plaz y yo. Él iba escribiendo lo que yo más o menos visualizaba, lo que yo quería contar con esa película. Tú fuiste parte de eso también, lo sabes. Fue una lucha hermosa. La familia de Juan Dolores nos apoyó, la receptividad fue increíble. Nos prestaron el rancho, colaboró mucha gente. Hubo respeto, hubo corazón. Yo quise resaltar cada rincón, cada geografía de Margarita en la película. Que la Isla se viera y se sintiera. El casting lo hicimos en Playa Manzanillo, con muchachitos de allá que hoy ya son hombres. Llegó un momento en el que el resultado final ya no me importaba tanto. Lo que me importaba era hacer la película, sacarla adelante. Era como un acto de agradecimiento, como decirle a la Isla: “Gracias”. Margarita me ha dado muchas cosas, y esto era una manera de devolver algo. No importaba si la película tenía éxito o no. Lo importante era que quedara allí, grabada, como testimonio. Que la gente pudiera decir: “Se hizo”. Que los margariteños la sintieran como suya. Que fuera un homenaje. La película salió, y eso es lo importante. Sobre los premios y el reconocimiento ¿Premios? He recibido premios de la vida, gratificaciones que me ha dado mi trabajo. Un premio físico que recuerdo fue una placa que nos dieron allá en Puerto La Cruz. Pero más allá de eso, he recibido palabras, elogios, gente del medio que me ha agradecido lo que hago y que se ha sentido fascinada con mi trabajo. Hasta ahora, más que premios, he recibido elogios. Y eso, para mí, tiene mucho valor. A veces los premios tienen un interrogante muy grande: no sabes si los dan por talento o por otra cosa. Yo no me pongo a pensar mucho en eso. Háblanos sobre la docencia Ahorita estoy dando clases en la Escuela Nacional de Artes Escénicas César Rengifo, la misma escuela donde estudié. Me siento extraño a veces, porque cada pasillo me recuerda mi formación. Estudié aquí, me eduqué aquí. He dado muchos talleres, en Margarita y en Caracas. Pero trabajar en esta institución, con la nueva generación, me parece maravilloso. Cada cosa que expreso, cada análisis, cada ejercicio, es bien recibido y comprendido. Aunque yo no soy pedagogo —no estudié para eso— sí estudié teatro, y eso es lo que hago, con pasión. Cada vez que analizo un trabajo lo hago con justicia y detalle, buscando siempre dar herramientas para mejorar. Planes futuros en cine y teatro Tengo varios planes. Estoy por realizar otra película, sobre un hecho real que vivió un amigo. Ya lo entrevisté, ya tengo la información. Me falta comenzar a levantar el texto, hacer la sinopsis, la escaleta y luego el guion. Estoy conociendo gente interesante en el medio en Caracas, personas que pueden facilitar el proceso. Me volvió a entrar el gusanito del cine, y quiero sacarlo. Pero esta vez quiero ser más cuidadoso con el libreto. Quiero seguir haciendo teatro, seguir montando obras. Ahorita quiero conectar con William Quao, Dairo Piñeres… quiero que un director reconocido me dirija.
Hace un par de años, en la César Rengifo, me invitaron como director. Fue uno de mis mayores retos. Soy actor, pero me arriesgué como director porque me gusta arriesgar. En Margarita monté una obra que se llama Punzón y Gembrita, de Rubén León, una adaptación de La casa de Bernarda Alba ambientada en una cárcel de mujeres. Hice primero un taller para preparar a los actores y luego me metí de lleno en la dirección. No soy director, pero apliqué conocimientos que me dio un profesor que también es director: trabajar desde la improvisación, investigar los personajes, buscar la organicidad, hacer ejercicios. Cuando Rubén León vino al estreno, me dijo: “Chamo, la partiste”. Me felicitó especialmente por el trabajo de Pierina como Adela; dijo que era una de las mejores Adelas que había visto. Fue uno de los mejores montajes que ha visto de su obra. Eso es muy gratificante. También monté Fango Negro, una obra del maestro José Gabriel Núñez. Una obra que ha recorrido el mundo por más de treinta años. Yo hice una adaptación: transformé el autobús en un bar que rodaba por el municipio Caroní. El dramaturgo me escribió una carta muy emotiva, llena de elogios para los actores y el montaje. Y otro reto fue la obra de Peter Weiss, La persecución y asesinato de Jean-Paul Marat. Una obra dura, ambientada en un manicomio, donde los internos interpretan personajes de la Revolución Francesa. Era un reto porque los actores eran muchachos en proceso de formación, sin experiencia y con estudios intermitentes. Hicimos un taller de montaje y ellos hicieron su pasantía conmigo. Trabajamos lo sensorial, los olores, lo visual, incluso elementos cinematográficos en el sonido. Las felicitaciones no se hicieron esperar. Fue elogiada por los profesores, por la comunidad, incluso por el ministro de Cultura. La obra participó en dos festivales y tuvo una recepción maravillosa. Sobre «Sobre el daño que hace el tabaco» de Chejov El proceso fue maravilloso. Se trata de la obra Sobre el daño que hace el tabaco, de Anton Chejov. Es un microteatro, y el reto fue increíble porque me dirigió mi profesor, Carlos Ospino Díaz, a distancia. Él está en San Miguel, Argentina, y sigue siendo mi maestro y mi tutor aún hoy en día. Yo grababa las escenas con la ayuda de mi asistente, se las enviaba, y él luego me mandaba sus observaciones. Fue un proceso de búsqueda profundo: interpretaba a un hombre que fumaba mucho, descuidado, maltratado por su esposa... un personaje con mil matices. Llevé ese monólogo al Microteatral y lo vio mucha gente conocida. Uno de ellos, José Gregorio Martínez, me dijo al poco tiempo: “Coño, pana, si aquí dieran un premio al mejor actor, te lo llevas tú. Qué trabajo tan maravilloso”. Fue una transformación real. Otro actor, Mario Sudano, le comentó a mi asistente: “A este pana se le cree todo lo que dice”. También hubo un señor que esperó hasta el final para decirme: “Pana, tremenda interpretación”. Y para el cierre de temporada, sólo había dos señoras en la sala. Yo hice la obra para ellas. Al terminar me dijeron: “¿Dónde te vuelves a presentar? No puede ser que esta sea la última función. Queremos volver a verte. Ha sido lo mejor que hemos visto del microteatro”. Cuando escuchas eso, piensas: “Wow, si aquí hay tantos buenos actores…” Y sí, uno a veces duda, pero el teatro me ha permitido confiar cada vez más en mí. Es una cosa interesante.
Uno de los últimos trabajos que presenté como actor fue Los monólogos del pene, junto a Carlos Díaz —excelente actor y amigo— en Margarita. Ese texto es de él. La presentación fue en la Casa de la Cultura Ramón Vásquez Brito. La gente lo disfrutó mucho. El 90% del público eran mujeres, muy participativas. Luego me traje la obra a los Valles del Tuy y la monté en un pequeño bar que yo mismo organizaba. De allí hice una gira a Maturín, y me presenté en el Gran Salón del Hotel Tibisay. Luego vino un productor de Caracas —entre los amigos que asistieron— y me dijo: “Pana, qué maravilloso, qué inflexiones, qué edición, qué vaina”. Me pidió la obra para venderla. Agradezco esos reconocimientos. No es que uno dude de su talento, pero hay tanta gente buena... y como todo arte, a algunos les gusta, a otros no. Gracias a Dios, nunca he recibido una crítica destructiva o negativa. Hasta ahora, el trabajo ha sido bien recibido, y eso me hace sentir satisfecho. Mensaje para los jóvenes que quieren entrar al teatro A los jóvenes que quieren entrar al mundo del teatro, les digo: si de verdad les gusta, háganlo con pasión. Enamórense de la carrera. Estudiar actuación no es solo para ser actor. Yo siempre he dicho que la actuación sirve para la vida. Te ayuda a comunicarte, a conectar mejor con tus emociones, a ser más empático. Un buen actor debe ser honesto y sincero consigo mismo para poder serlo con los demás. Háganlo con amor, no por la fama, ni por firmar autógrafos. Háganlo porque aman el arte. Valores personales: perseverancia y paciencia Una palabra que me define es perseverancia. También la paciencia. Soy muy paciente, pero no porque me lo proponga. Simplemente lo soy. He aprendido a no apurarme, a no exacerbarme. Vivo en el aquí y el ahora. He entendido que no hay un mañana; la vida es hoy. Trato de disfrutar cada momento, por pequeño que sea. Un vaso de agua, un plato de caraotas, lo que sea. Disfruto la vida desde lo simple. Y eso lo aprendí gracias al teatro. El presente es el instante que tienes. La vida no espera, y uno debe vivirla con conciencia. ![]() Sus hijos. Agradecimiento a la Isla de margarita A mi gente de la Isla de Margarita, sólo puedo decir gracias. La Isla me dio grandes amigos, muchas satisfacciones. Me ayudó a crecer como ser humano. Pero, por encima de todo eso, la Isla me permitió conocer a una persona que es muy valiosa para mí, Daliceth León, que es la madre de mi hija Daniela —una bailarina talentosísima, con un corazón inmenso—. Yo siempre quise tener una hija y siempre me preguntaba cómo sería una hija mía. Daliceth me obsequió ese gran regalo, al cual adoro mucho, como a todos mis hijos; sin embargo, Danielita es como un amor de papá, digamos que no se puede expresar. Veinticinco años en la tierra de la sal me dejaron recuerdos, éxitos, fracasos, aprendizajes. Y la añoro profundamente. Cada vez que la veo en redes sociales, siento nostalgia. Sueño con la Isla todas las noches. Volví a montar mi obra allá y me vine con un sabor amargo por tener que despedirme. El anhelado retorno del caraqueño con alma insular Ahora bien, luego de pensarlo mucho, decidí retornar este 7 de junio a mi amada Isla, con muchos proyectos para mí gente. Mi alma y mi cuerpo me lo han pedido, y debo ceder a ello. En principio, llevaré «Fango Negro», que es la obra del autobús. El autor es José Gabriel Núñez, venezolano. Esta obra tiene más de 40 años presentándose de manera ininterrumpida en Uruguay; es, prácticamente, un patrimonio cultural y turístico allá. La fecha de estreno de la obra será en agosto. Va a estar en cartelera durante ese mes. Además, voy a presentar un proyecto en Ratán Plaza. Un amigo abrió un espacio llamado UP New Working, donde me está ofreciendo un lugar. Allí hacen conferencias, clases y actividades similares. La idea es dictar un «Diplomado en actuación y estrategias efectivas para la comunicación oral» —así se llama el programa—. Este diplomado será avalado por una universidad con la que él trabaja. Ese mismo sitio me permitirá hacer teatro allí, retomar lo que fue El Refugio desde ese espacio, hasta que pueda, eventualmente, tener nuevamente mi propio local en la isla. Esa es la meta, porque esta vez voy con la intención de quedarme, no de regresar a Caracas. Por todo lo que ya te he comentado, espero que Dios y la Virgen me permitan radicarme nuevamente allá. Voy con grandes expectativas, y algo desde el cielo me dice que va a salir bien. Retomaré mi teatro, además, podré estar cerca de mi hija. Juan, te agradezco profundamente por tomarme en cuenta para esto. Es un honor. Poder compartir lo que ha sido para mí esa Isla maravillosa de Venezuela no tiene precio. Daniel Fagúndez: el arte de vivir el teatro con pasión, paciencia y verdad Escuchar a Daniel Fagúndez es entrar en el universo íntimo de un artista que ha hecho del teatro no solo su oficio, sino su forma de vida. A través de sus palabras se revela un camino tejido con paciencia, con pasión y con una entrega profunda que trasciende los aplausos. No habla desde el ego, sino desde la experiencia acumulada a lo largo de años entre escenarios, ensayos, viajes, silencios y aprendizajes. Su testimonio es un recorrido sincero por los desafíos y las satisfacciones del oficio actoral. Desde montajes dirigidos a distancia hasta el encuentro con públicos reducidos pero profundamente tocados por su arte, Daniel no mide su éxito en cifras, sino en la autenticidad del vínculo que logra con quien lo observa. No es un artista que busca reconocimiento, sino alguien que trabaja con devoción, y que agradece cada palabra de aliento como si fuera la primera. Habla con gratitud de su tiempo en Margarita, tierra que considera suya por derecho emocional. Allí construyó vínculos, dejó huella y recibió una hija, y aunque hoy esté lejos, el recuerdo lo habita con una nostalgia serena. Se siente como un emigrante dentro de su propio país, separado por el mar de un lugar que todavía considera su hogar. A los jóvenes les deja un mensaje claro: si van a entregarse al teatro, que lo hagan por amor, no por fama. Que se enamoren del proceso, que abracen el arte como camino de vida, no como plataforma de exposición. Y en ese consejo hay también una confesión personal: ha aprendido a habitar el presente, a vivir sin prisa, a entender que lo simple puede ser profundamente valioso. Daniel Fagúndez no se define solo por lo que ha hecho, sino por cómo lo ha vivido. Y en cada palabra que comparte, confirma que el arte verdadero no grita, no se impone: conmueve, transforma, y deja huellas silenciosas que perduran en quienes lo escuchan con el corazón abierto.
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