![]() |
EL TIEMPO EN MARGARITA 28°C |
Del teatro en Margarita a los Estudios de Warner: la travesía de Albert Giannitelli Con múltiples proyectos en desarrollo y una visión clara del futuro, Albert no solo actúa: crea, produce y sueña en grande. Y eso, en tiempos de incertidumbre, es ya una forma de resistencia. Juan Ortiz
![]() 21 Jun, 2025 | Aunque nació en La Guaira, Albert Giannitelli se siente ñero de raíz —otro caso innegable de que, tal y como decimos, el margariteño nace donde quiere—. A los cuatro años se mudó con su familia a Los Millanes, en la Isla de Margarita, y desde entonces todos sus recuerdos de infancia —el preescolar, los amigos, los juegos— están ligados a ese rincón insular que lo vio crecer. Fue allí donde, a los 17 años, iniciaría una historia de vida atravesada por el arte y la escena. Su primer contacto formal con las tablas fue en el Pequeño Teatro de Los Robles, como parte del Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV), bajo la tutela del maestro José Salas. “Con José Salas vi diferentes niveles de actuación y participé en obras junto a actores con más experiencia. Fueron casi tres años de formación intensa y práctica teatral”, recuerda. Ese debut sobre las tablas ocurrió el 1 de octubre de 2001, una fecha que marcaría el rumbo de su vocación artística. Luego continuó su camino en el Teatro Simón Bolívar de Juan Griego, dirigido por Rodolfo Rodríguez, participando en obras de gran envergadura como Los Ángeles Terribles, de Román Chalbaud, en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro, y La Odisea, junto al Teatro Belli di Roma. Así comenzó a consolidarse una carrera actoral marcada por la entrega, la disciplina y una profunda conexión con sus raíces isleñas. Italia: primeras experiencias internacionales Gracias a los vínculos creados en esa coproducción internacional, dio el salto a Italia para trabajar con un director que ya conocía de Venezuela. En el Teatro Belli di Roma actuó en una obra y luego se trasladó al sur del país, donde combinó trabajos en hotelería con nuevas oportunidades teatrales. “Estuve unos ocho meses en Italia, absorbiendo todo lo que podía. La experiencia fue muy rica a nivel artístico y personal”, resaltó. Regreso a Venezuela y paso por Caracas Al regresar a Venezuela, retomó proyectos en Margarita con Rodolfo Rodríguez, aunque algunos no llegaron a concretarse. Luego se instaló en Caracas, donde empezó a realizar castings y participar en ensayos teatrales con compañías como El Galpón de San Fidel. Allí llegó su primera incursión en el cine, con un pequeño papel como soldado en la película «Miranda regresa», dirigida por Luis Alberto Lamata. España: cortos, cine y persistencia Tras esa primera aparición cinematográfica, decidió probar suerte en Madrid. Participó en cortometrajes y obtuvo papeles pequeños en películas, incluso, llegó a estar bajo la dirección de Alejandro Amenábar. “Estaba yendo y viniendo entre Venezuela y España porque mi novia, ahora esposa, estaba en Margarita. Así fui construyendo mi carrera entre ambos países”, destacó Giannitelli. Cine independiente y popularidad local En su país, protagonizó películas con Jackson Gutiérrez, director conocido por abordar temáticas urbanas y populares. Destacan los filmes «Masacre en Buenavista» (terror, presentada en el Festival de Cine de Mérida) y «Con los Santos no se Juega», que alcanzó amplia difusión en el mercado informal y redes sociales. “La gente me empezó a buscar desde otros países por esa película. Fue un fenómeno de los quemaditos, como decimos allá”, recordó, con nostalgia. También participó en la película independiente «Palabras Santas», escrita y dirigida por Alexander Rodríguez, dramaturgo margariteño. Trinidad y el salto a Londres Antes de mudarse a Reino Unido, hizo una escala inesperada en Trinidad, donde trabajó de albañil y grabó cortometrajes por su cuenta para ahorrar dinero. “Mi meta era llegar a Londres. Siempre quise irme a Los Ángeles, pero con el tiempo entendí que ahora Hollywood está descentralizado. Se graba en muchos lugares del mundo”, recordó. Ya instalado en Londres, comenzó nuevamente con cortometrajes, perfeccionando el idioma inglés y participando en pequeñas producciones teatrales y cinematográficas. Hollywood desde casa: castings globales Los self-tapes (audiciones grabadas en casa) se convirtieron en su nueva rutina. Incluso, mientras daba esta entrevista, se preparaba para grabar un casting para un comercial de Coca-Cola vinculado al Mundial de Fútbol. “Grabé ese casting con ayuda de mi esposa. Ya no necesitas estar en Los Ángeles para acceder a esas oportunidades”, comentó. Pequeños papeles en grandes producciones Su carrera ha incluido apariciones en superproducciones como «The Batman» (con Robert Pattinson) y «Rápido y Furioso 9». En «The Batman», fue seleccionado como miembro del equipo E.S.U. (Emergency Service Unit) de Ciudad Gótica. “Estuvimos varios días entrenando con un marine estadounidense. Era un rodaje muy hermético; no podíamos entrar con teléfonos. Grabamos una escena donde le apuntamos a Batman y le gritamos ‘Don’t move!’, pero al final fue cortada en la edición”, resaltó. También participó en «Kingsman», donde interpretó a un cadáver, y en la serie «Pennyworth», del universo DC. Aunque muchas escenas no aparecen en la edición final, valora cada experiencia como parte del camino. Siempre en construcción: el corazón margariteño no deja de hacer La responsabilidad con la creación artística sigue marcando el pulso de la carrera de Giannitelli. Desde Londres, participa en Voces del Darién, la primera audioserie venezolana disponible en Spotify. Se trata de una producción de Macanao Media que abre camino en el universo del audioficción latinoamericano. En el cine, recientemente formó parte del elenco de Ariela, un drama íntimo que ya ha comenzado a recorrer su camino en festivales y circuitos alternativos. A esto se suma su actuación en Chasing Home, largometraje próximo a estrenarse que aborda los reencuentros familiares desde una mirada sensible y universal. Entre micrófonos, cámaras y escenas, su trayectoria continúa creciendo con la misma entrega de los inicios en aquel pueblo pesquero que lo vio crecer. Cada nuevo proyecto es una prueba de que el arte, para él, es un oficio que nunca se abandona, un terreno siempre fértil donde la pasión sigue echando raíces. El oficio y la fe Para este actor venezolano, la carrera artística ha sido una combinación de talento, perseverancia, trabajo duro y un poco de suerte. “Uno tiene que hacer lo que sea al principio. Lo importante es seguir, tener pasión, hacer contactos y estar listo cuando llegue la oportunidad”. Una grata conversación con el actor Albert Giannitelli Tal como es costumbre en este espacio transeúnte, tuve una amena charla con el actor Albert Giannitelli. En las siguientes líneas conoceremos más sobre su vida, su oficio y los sueños que aún lo impulsan. ¿Qué te motivó a subirte por primera vez a un escenario a los 17 años? Desde niño sentía una gran curiosidad por la actuación, aunque no sabía que eso que tanto me atraía tenía nombre y podía ser una profesión. A los 10 u 11 años empecé a fantasear con el cine y el teatro. Recuerdo haber asistido a obras en el Teatro Simón Bolívar y me llamaban mucho la atención. Incluso fantaseaba con estar sobre el escenario y dar entrevistas, como si ya fuera actor. A los 16 años, durante una conversación con la mamá de un amigo, mencionaron que una chica se había ido a estudiar actuación en Italia. Esa noticia me impactó profundamente. Sentí algo muy fuerte, como un cambio interno, y comprendí que lo que realmente quería hacer en mi vida era ser actor. Al llegar a casa, le dije a mi mamá que eso era lo que iba a ser por el resto de mi vida. Poco después, hice un curso de actuación de dos días con Víctor Cámara, en Margarita. Tenía 16 años. Pero mi verdadera experiencia teatral comenzó a los 17, cuando ingresé al Teatro Los Robles. Desde el primer día de clases sentí que estaba en el lugar correcto, como pez en el agua. Antes había probado el deporte, jugaba fútbol, pero no era lo mío. En cambio, en el teatro todo fluía. Luego de dos meses de ensayos, el 22 de diciembre de 2001 tuve mi primera función: La Fuerza del Esfuerzo, un collage de varias piezas teatrales, entre ellas Juegos a la hora de la siesta. Recuerdo que estaba muy nervioso, yo era el primero en salir a escena y casi no lo logro. Un compañero más experimentado me empujó —literalmente— al escenario. Apenas escuché la risa del público, todo cambió. Sentí una emoción muy similar cuando trabajé en la película de Batman, donde también me tocó ser el primero en aparecer, y me vino ese recuerdo de mis inicios en el teatro. ¿Qué enseñanzas te dejó tu paso por el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela bajo la dirección de José Salas? Fueron muchas. Allí fue donde realmente me formé como actor. Aprendí desde lo más básico, como leer con intención, hacer pausas, matizar la voz, cuidar la dicción y proyectar para que el público escuche incluso un susurro. Aprendí a manejar las emociones y, sobre todo, a aplicar en escena todo lo aprendido en clase. Estaba casi todos los días en el teatro, de lunes a sábado. Llegaba alrededor de las 2:00 p.m. y me iba cerca de las 8:00 p.m., después de clases y ensayos. Incluso, por razones de distancia y dinero, muchas veces dormía en el teatro. Participé en obras como La Pasión de Cristo y muchas otras. Una de las enseñanzas más valiosas fue la preparación de personajes: crear sus antecedentes, perfil psicológico y sociológico. Todo ese proceso lo viví intensamente allí. ¿Cómo influyó el Teatro Simón Bolívar de Juan Griego en tu crecimiento como actor? Con Rodolfo Rodríguez en el Teatro Simón Bolívar reforcé mucho lo aprendido con José Salas en el TNJ. Rodolfo es un gran actor, director y docente, con formación en Europa y Estados Unidos, donde estudió con Lee Strasberg, fundador del Actor’s Studio y difusor del método Stanislavski. Gracias a él mejoré la proyección de voz, el manejo de emociones y, especialmente, la expresión corporal, que era una de mis debilidades. También aprendí a analizar textos, dividirlos por secciones y entender cuál personaje es el activo en cada una. Fue un complemento fundamental para mi formación. ![]() ¿Qué importancia tuvo participar en montajes como Los Ángeles Terribles y La Odisea en tu carrera temprana? Fue fundamental. Después de una pausa por trabajo en el hotel Dunes, Rodolfo me ofreció participar en dos montajes: Los Ángeles Terribles (coproducción con la Compañía Nacional de Teatro) y «La Odisea» (coproducción con la Compañía Teatro de Bélida y Roma). Además, ¡nos pagarían! Era la primera vez que cobraría por actuar. En Los Ángeles Terribles interpreté un personaje completo, ya no solo fragmentos como en el TNJ. Fue un paso hacia lo profesional. Éramos cuatro actores, y muchas escenas eran solo entre dos. Me pagaron 500.000 bolívares por un mes de ensayos. En comparación, como mesonero ganaba menos. Actuar y cobrar por ello fue una revelación. Con La Odisea trabajé con una compañía extranjera y actué por primera vez en otro idioma. Tuve que aprender un monólogo en italiano, fonéticamente. Gracias a esa obra me ofrecieron ir a Italia a trabajar con ellos. ¿Cómo fue tu transición del teatro en Venezuela al escenario europeo en Italia? Gracias a La Odisea conocí al director de una compañía en Roma. Yo ya tenía la intención de mudarme y había ahorrado algo de dinero. Le pedí hospedaje por unos días y aceptó. A la semana de llegar, ya estaba ensayando una nueva obra, porque necesitaban un actor extranjero para un personaje extranjero. Fue todo un reto por el idioma. Aunque había hecho un monólogo en italiano, ahora debía interpretar un personaje completo. Aprendí fonéticamente, con ayuda del director, y logré hacerlo. La obra gustó mucho y eso me permitió hacer contactos para otros proyectos, aunque algunos no se concretaron. ¿Qué diferencias notaste entre el teatro venezolano y el italiano? En cuanto al montaje y el trabajo actoral, no noté muchas diferencias. La profesionalidad es muy similar. La principal diferencia fue el público. En Roma el teatro está en zonas muy transitadas, como Trastevere, y la asistencia es constante. En cambio, en lugares como Los Robles o Juan Griego, el acceso al teatro es más limitado. Además, el público italiano es muy pasional y algunos incluso ofrecen oportunidades de trabajo tras las funciones. Me ofrecieron participar en un cortometraje producido por Dario Argento, el maestro del cine de terror italiano, aunque al final no se concretó. También conocí gente vinculada a Hollywood, pero por temas migratorios no pude formalizar esos vínculos. Me había ido como turista y no tenía la documentación ni el registro necesarios para trabajar legalmente o afiliarme al sindicato de actores. Por eso, terminé trabajando en un hotel al sur de Italia. ¿Qué desafíos enfrentaste al combinar trabajos en hotelería con tu carrera artística en Italia? Cuando viví en Roma, solo estuve actuando en la obra Il Sorriso di Oles Palme. Luego pasé un tiempo desempleado buscando oportunidades, sin éxito. Fue al mudarme al sur de Italia que conseguí trabajo en un hotel como animatore, algo similar a los activistas de hoteles en Venezuela. Era un trabajo muy exigente: animación diurna, espectáculos nocturnos, cabaret tipo Radio Rochela, y también teatro. Combinaba las tres cosas. Durante los dos primeros meses trabajábamos casi 18 horas al día. Recuerdo haberme quedado dormido durante los ensayos del cansancio. Comenzábamos desde la playa, seguíamos con los huéspedes durante el día y cerrábamos en las discotecas del hotel. Fue una etapa muy dura, pero también una gran escuela. ¿Qué significó tener tu primer papel en cine con Miranda Regresa? Fue una experiencia maravillosa. Siempre soñé con trabajar en cine, y ese fue mi primer acercamiento real. Me contactó Luis Castillo, director de casting de la Villa del Cine. Yo tenía un casting para una telenovela de Venevisión, Arroz con Leche, pero decidí irme a Higuerote a filmar. Aunque perdí el casting de televisión, gané tres días mágicos de rodaje. Era como estar en vacaciones con uniforme de época, haciendo escenas como soldado. Me lo tomé muy en serio, con muchísimo profesionalismo, y lo disfruté al máximo. Esa experiencia confirmó mi amor por el cine. ¿Cómo fue tu experiencia trabajando con compañías teatrales como El Galpón de San Fidel en Caracas? Fue una etapa intensa y formativa. Aunque no llegué a estrenar obras con El Galpón, ensayamos al menos cinco o seis montajes, como Los Exiliados de Goya. Allí conocí a Reinaldo Rivas, con quien luego trabajé en Los Extraviados de la Ópera. Muchos de esos proyectos no llegaron a escena por temas económicos, pero el aprendizaje fue enorme. Mientras ensayaba, también trabajaba como botones en el Hotel Hilton. Salía del hotel y me iba directo al teatro. Aunque no tomaba clases, los ensayos diarios fueron mi escuela. Lo recuerdo con mucho cariño. ¿Qué te motivó a probar suerte en Madrid y cómo fue el proceso de adaptación? Siempre soñé con actuar en España. Leía la revista Fotogramas y me imaginaba trabajando en cine allá. Conocí a una productora en Caracas que me habló de una coproducción hispano-venezolana. Invertí mis ahorros en ese proyecto, pero la película nunca se realizó y perdí cinco mil dólares. Aun así, decidí irme a Madrid. Al llegar, hice un casting con un importante representante, pero no me eligieron por el acento. Me veían físico europeo, pero hablaba con acento latino. Me recomendaron neutralizarlo y trabajé en eso. Mientras tanto, hice cortos y pequeños papeles, y para sostenerme, trabajé como mesonero. Fue un proceso difícil, pero valioso. ¿Cómo fue trabajar bajo la dirección de Alejandro Amenábar? Estuve en el set de «El Mal Ajeno», una película producida por Alejandro Amenábar pero dirigida por Óscar Santos. Amenábar estuvo brevemente en el set, pero no llegué a interactuar con él directamente. Mi rol era de figuración especial: interpretaba a un enfermero que debía buscar a un paciente. Interactuaba más con el asistente de dirección. Aun así, estar en una producción de ese nivel fue muy enriquecedor. ¿Qué te impulsó a mantener tu carrera activa entre España y Venezuela? Fue una mezcla de motivos personales y profesionales. Mi pareja, que luego fue mi esposa, estudiaba periodismo en Caracas, así que siempre regresaba. Al mismo tiempo, me movía según dónde surgieran oportunidades. Si había trabajo en Venezuela, volvía. Si se abría algo en España, me iba. También había periodos sin proyectos en ambos países, y eso me obligaba a moverme. Fue un ir y venir constante, impulsado tanto por el amor como por la vocación. ¿Cómo surgió la colaboración con Jackson Gutiérrez y qué te atrajo de su cine? Lo contacté por Facebook buscando oportunidades. Él venía destacando con Azotes de Barrio, una película de bajo presupuesto que tuvo mucha difusión, sobre todo en los "quemaditos". Luego empezó a trabajar con Ávila TV y su cine urbano empezó a sonar fuerte. Yo acababa de grabar un corto de terror dirigido por mi esposa, y usé unas fotos de ese personaje para presentarme. Justo estaba buscando a alguien para protagonizar una película de terror y le gustó mi perfil. Así empezó nuestra colaboración. Me atrajo su estilo directo, su forma de retratar la calle, y también su disposición a explorar otros géneros como el terror. ¿Qué impacto tuvo en tu carrera la película Con los Santos no se juega? No esperaba mucho de esta película. Fue de bajo presupuesto, filmada en Barquisimeto, y pensé que sería una más. Pero tras su estreno informal, primero en quemaditos y luego en YouTube, explotó. Superó el millón de vistas, algo enorme en ese momento. Me empezó a reconocer gente en la calle, sobre todo en Caracas. También recibía mensajes en Facebook de gente de México, Panamá, y de comunidades religiosas que se sintieron identificadas con el tema. Fue sorprendente. Esa película marcó un antes y un después en mi visibilidad como actor popular. ¿Cómo valoras tu participación en Palabras Santas, de Alexander Rodríguez? Fue una experiencia muy rica. Tuve la oportunidad de trabajar nuevamente con Alexander Rodríguez, con quien ya había compartido escenario en el Teatro Nacional Juvenil y también clases con José Salas. Luego coincidimos en el Teatro Simón Bolívar con obras como «Los ángeles terribles» y «La Odisea». Esta vez trabajé bajo su dirección en «Palabras Santas», una película independiente donde interpreté al protagonista: un sacerdote pedófilo atrapado entre la culpa y el deseo. El guion era excelente, muy crudo, y Alexander es un dramaturgo y guionista brillante. Fue un reto actoral importante. Además, mi hermano, que entonces tenía unos nueve años, interpretó al personaje en su infancia, en los flashbacks. Filmamos en Margarita, en locaciones hermosas como Punta Arenas. En todos los sentidos fue una experiencia muy poderosa: intensa, compleja y profundamente conmovedora. ¿Cómo terminaste trabajando en Trinidad antes de llegar a Londres? Después de estar en España, viajé a Bélgica donde participé en dos cortometrajes dirigidos por un amigo del TNJ. Al regresar a Venezuela, pasé una temporada acompañando a mi padre en sus últimos meses de vida. Luego comencé a buscar la manera de salir nuevamente del país, con la idea de llegar a Londres, donde vivía un primo. Pero en ese momento no tenía dinero, así que surgió la oportunidad de ir a Trinidad a trabajar, aunque fuese de lo que fuera. Me fui con un amigo, viajamos por carretera hasta Puerto La Cruz, de allí a Tucupita y luego en bote a Trinidad. Una amiga nos recibió y, junto a su esposo, nos ayudó a conseguir trabajo como ayudantes de albañil. Fue un trabajo duro, algo completamente nuevo para mí. Durante esos meses íbamos y veníamos a Margarita por temas de permisos migratorios. Aun así, aproveché para grabar algunos cortos con el teléfono, usando locaciones interesantes. Siempre estoy creando, incluso en las circunstancias más adversas. ¿Qué aprendizaje te dejó esa etapa de cortos caseros y trabajos manuales? Aprendí muchísimo. Hacer cine con lo mínimo te obliga a ser creativo. Con poco o ningún presupuesto, te enfocas en lo esencial: la historia. Muchas veces, partía de la única locación que tenía disponible o de los actores con los que podía contar en ese momento, y desde ahí construía el guion. Usaba lo que tuviera a mano: una cámara básica o el teléfono. Esto me enseñó a adaptar las ideas al contexto, a no depender de lo técnico sino de la fuerza narrativa. Con el tiempo, si el presupuesto aumenta, se abren otras posibilidades, pero esta etapa es fundamental para pulir el oficio. Te obliga a resolver, a innovar, a crecer como creador. ¿Qué te motivó a elegir Londres como nuevo destino en lugar de Los Ángeles? Principalmente, el tema de la visa. Para trabajar en Los Ángeles necesitas una visa de artista (O1), que exige un currículum amplio, un sponsor desde EE.UU., cartas de recomendación, artículos de prensa, y todo un proceso legal costoso. En cambio, gracias a mis abuelos y al esfuerzo que hice para tramitarlo, yo ya tenía el pasaporte europeo. Eso me permitió entrar legalmente al Reino Unido en 2016, antes del Brexit. Además, tenía un primo que vivía en una ciudad cercana a Londres, lo que facilitó mi llegada. También veía a Londres como una etapa previa para mejorar mi inglés antes de dar el salto a Los Ángeles. Era un puente. ¿Cómo ha transformado el mundo de los self tapes la forma de hacer castings? Ha sido una revolución. Desde la pandemia de 2020, el self tape se convirtió en el nuevo estándar, y en mi caso, incluso desde antes ya venía haciéndolo así. No recuerdo la última vez que hice un casting presencial. Esta modalidad permite ahorrar en transporte —que en Londres es carísimo— y repetir la toma hasta quedar satisfecho. Además, te abre la puerta a castings de cualquier parte del mundo. Desde mi casa he hecho pruebas para producciones de Netflix, HBO, y para directoras de casting como Carla Hool (de «Wakanda» y «Narcos») y la directora de «Bridgerton». Todo desde mi sala. Aunque no siempre quedes, igual quedas en su radar, lo cual también es valioso. ¿Qué ventajas y desventajas tiene grabar audiciones desde casa? La mayor ventaja es el acceso. Desde cualquier lugar —incluso Margarita— puedes hacer castings para producciones internacionales. Otra es poder repetir la toma hasta lograr la mejor versión. Pero eso también puede ser una trampa: uno se obsesiona y pasa horas repitiendo. Otra dificultad es que se necesita a alguien que te dé la réplica en escena. Yo cuento con mi hermana, pero no siempre es fácil. A veces uso aplicaciones, grabo la voz del otro personaje o pido ayuda por llamada de WhatsApp. También necesitas contar con luz, buen sonido, fondo adecuado… cosas que en un estudio de casting ya están resueltas. Pero al final, uno se adapta y va armando su propio “estudio” en casa. ¿Qué tipo de preparación requiere una audición como la que hiciste para Coca-Cola? Mucha. Aunque sea para un comercial, la preparación puede ser tan intensa como para una película. Me pidieron varios videos: uno de presentación (que debía ser llamativo, con tono cómico), y otros donde debía contar experiencias personales de forma creativa. Todo en inglés. Como no me dieron un guion, tuve que escribir mis propias escenas, ensayarlas, grabarlas y montarlas. También había partes sin diálogo, pero con mucha carga emocional, lo que requiere otro tipo de trabajo actoral. Me tomó días de preparación, pero vale la pena porque estos comerciales tienen una gran exposición —en este caso, era para el Mundial de Fútbol— y si quedas, el impacto económico también es importante. ¿Cómo conseguiste un papel en películas como «The Batman» y «Rápido y Furioso»? Fue a través de una agencia. Ellos cuentan con nuestras fotos y, sobre todo, con nuestro demo actoral, que aquí se conoce como showreel. En el caso de «Rápido y Furioso», fue un papel como figurante, casi extra. Aunque parezca sencillo, no lo es: el proceso de selección también es riguroso. El equipo de producción y los asistentes de casting —ya no el director directamente— revisan primero el perfil físico y luego el material actoral. Recuerdo que para «Rápido y Furioso» grabé tres días. El primer día fue una locura: me quedé dormido, puse mal la alarma, y cuando desperté ya había amanecido. Corrí, pagué un taxi carísimo y llegué justo a tiempo a los estudios Warner. Con Batman fue similar: me eligieron también por medio de la agencia, y creo que tuve un golpe de suerte. Batman ha sido mi superhéroe favorito desde niño, así que para mí fue algo muy especial. Lo curioso es que todos los actores de la unidad ESU (Emergency Service Unit de Ciudad Gótica) eran enormes, de casi un metro noventa, musculosos... Yo mido 1,75 y soy delgado, así que me sorprendió mucho haber sido seleccionado. Aproveché al máximo esa oportunidad. ¿Qué significó entrenar con un marine para una escena? Fue como un sueño de niño. Estar allí, uniformado, cargando todo el equipo, con las armas reales y entrenando con un marine veterano, era como vivir una película. Él había estado en Afganistán, Irak y Somalia. Era una persona muy cercana, y entrenábamos como en los filmes: cómo movernos en escena, portar las armas correctamente, pasar de arma larga a corta con rapidez, lanzarnos al piso, movernos en grupo... Fueron cinco días de entrenamiento, unas dos horas por jornada, con grabaciones constantes para el «making of». Aunque aún no lo he visto, espero aparecer allí. Fue una experiencia maravillosa que nos preparó para filmar la escena con Batman, un momento que esperamos con muchísima emoción. ¿Cómo manejas la frustración cuando tus escenas no llegan al montaje final? Todavía no lo manejo del todo. Es muy duro, sobre todo si trabajaste intensamente y con ilusión. En «Batman» grabé escenas directamente con Robert Pattinson, entrenamos varios días, y pensé que era imposible que cortaran mi parte. Fui al cine con mi hermana... y no salí en pantalla. Fue devastador. Aunque no lo había anunciado públicamente en redes, sí se lo había contado a mis amigos y familiares. Incluso en Cuevana —una página pirata— aparecía entre los primeros créditos alfabéticos. Eso generó confusión y burlas, como si lo hubiera inventado. Pero yo lo conté con emoción, no por presumir. Fue muy duro enfrentar la decepción, más aún cuando tus seres queridos también esperaban verte. ¿Qué experiencia te dejó tu papel en «Pennyworth» y en «Kingsman»? Ambas fueron como vivir una fantasía. Es como el teatro, donde uno juega, pero en estas producciones juegas con más recursos: vestuario, utilería, escenografía, efectos. Todo ese despliegue hace el trabajo más inmersivo. En «Pennyworth» estuve dos o tres días en los estudios Warner. Interpreté a uno de los mutantes prisioneros sometidos a experimentos. Tuve una escena dramática solo en una celda, llorando. Sin diálogo, pero con una fuerte carga emocional. Fue una de las actuaciones que más recuerdo. En «Kingsman», interpreté un cadáver. El primer día estuve ensayando una coreografía con el director de fotografía. Luego grabamos de madrugada. Me maquillaron con gran detalle y un actor tenía que impulsarse sobre mi cuerpo durante una escena de batalla. No podía moverme ni respirar mucho para no arruinar la toma, todo eso con un frío tremendo. Aun así, me lo tomé con profesionalismo. Diera vida o hiciera de muerto, siempre entrego lo mejor. Y algo inolvidable: el catering. He trabajado en muchas producciones con buen servicio, pero «Kingsman» superó todo. Había bandejas de postres, estaciones de comida, una abundancia increíble. Fue todo un lujo. ¿Qué valores consideras esenciales para sobrevivir en el mundo artístico? Disciplina, perseverancia y pasión. Este es un oficio que exige entrega total. Hay que dedicarle tiempo todos los días: entrenar, escribir a directores, a castings, crear tus propios proyectos, buscar oportunidades constantemente. Es una carrera sin línea de llegada clara. A veces no llegan los proyectos y hay que generarlos. El networking es fundamental: hacer contactos, asistir a eventos, estar presente. Y si no te llaman, te inventas tu espacio. Pero todo eso solo es posible si te apasiona lo que haces. Esa pasión es la que te da fuerzas para seguir, para sacrificarte, para insistir, incluso cuando parece que nada se mueve. Eso es lo esencial: amar profundamente este arte. ![]() ¿Cómo equilibras la pasión por actuar con los desafíos económicos de la carrera? Es un gran reto. Actuar con pasión mientras uno intenta sobrevivir y pagar cuentas no es fácil, sobre todo en ciudades donde hay más oportunidades pero el costo de vida es alto: Caracas, Madrid, Los Ángeles, Londres... Me ha tocado trabajar en todo tipo de oficios: mesonero, botones, niñero, albañil, animador turístico, entre otros. Nunca por mucho tiempo seguido, porque he sabido administrarme bien. ¿Qué papel juegan la fe y la perseverancia en tu vida profesional? La fe y la perseverancia son fundamentales. Nacer en un pueblo como Los Millanes y soñar con actuar en Hollywood requiere una confianza enorme. Aunque con el tiempo uno se topa con obstáculos como visas, contactos o limitaciones del sistema, nunca he perdido la fe. Siento que mi «big break» aún está por llegar. Siempre estoy actuando, siempre se presenta algún proyecto que me da señales de que voy por buen camino. La fe me sostiene cuando las cosas no salen, cuando me cortan escenas o no quedo en castings. Mientras uno esté vivo, con salud y pasión, hay que seguir intentando. Si es lo tuyo, llegará. ¿Cómo definirías tu estilo actoral después de tantos escenarios y culturas? Mi estilo es muy versátil, como mi vida. Así como escucho música de todos los géneros o escribo proyectos de distintos estilos (comedia, fantasía, ciencia ficción), en la actuación me adapto a lo que el personaje y la historia necesiten. Al principio me inclinaba al drama, que disfruto mucho. Pero con el tiempo también me he sentido muy cómodo haciendo comedia, sobre todo desde que empecé con personajes como Minguito el Margariteño en redes sociales. He trabajado tanto en teatro como en cine y cortos, en géneros como terror, acción y comedia. Disfruto preparar cada personaje con el mismo compromiso. Hoy en día me considero un actor camaleónico, capaz de abordar cualquier rol con autenticidad. ¿Qué sueños se quedan por cumplir en tu carrera artística? Muchos. Todavía siento que estoy empezando. Como actor, quiero seguir interpretando personajes complejos, trabajar con directores que admiro y participar en proyectos internacionales. Como guionista y productor, sueño con contar mis propias historias. Uno de mis grandes anhelos es construir un estudio de cine en la península de Macanao, en Margarita, un lugar ideal para atraer rodajes internacionales y formar técnicos locales, como ya ocurre en República Dominicana. Sé que con el avance de la inteligencia artificial el futuro del cine está cambiando, pero no descarto ese sueño. También quisiera tener mi propia compañía de teatro y, en algún momento, abrir un teatro bar donde convivan la música, el humor y las artes escénicas. Son muchos los proyectos aún por concretar, pero poco a poco, los iré realizando. ¿Dónde pueden seguirte los lectores? Estas son mis redes: Instagram: @albertgiannitelli Albert Giannitelli: actuar como forma de vida con su Margarita en el corazón Desde su amado pueblo de Los Millanes hasta los escenarios de Londres, Albert Giannitelli ha sabido convertir cada desafío económico y cultural en combustible para su crecimiento profesional. Con los pies en la tierra y la mirada en alto, equilibra su vocación con una admirable inteligencia financiera, construyendo un camino donde la pasión no se rinde ante la necesidad. La fe ha sido su motor. Más allá del talento y la disciplina, Albert ha sostenido su carrera sobre una convicción inquebrantable: la certeza de que, con perseverancia, el momento clave llegará. Cada rechazo, cada pausa, ha sido parte del entrenamiento invisible que moldea a los grandes artistas. Su estilo actoral es reflejo de su amplitud creativa: puede transitar del drama a la comedia, del cine al teatro, con la misma naturalidad con la que cambia de idioma o escenario. Se adapta, investiga y se entrega a cada personaje con una profundidad que lo convierte en un intérprete integral. Con múltiples proyectos en desarrollo y una visión clara del futuro, Albert no solo actúa: crea, produce y sueña en grande. Y eso, en tiempos de incertidumbre, es ya una forma de resistencia.
| ||||