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Escribir: una pasión, una ética
El proferimiento de la palabra da para eso y mucho más. Un perdigonazo verbal, sanguíneo, expresado con la intensidad de una revancha ¿quién puede extrañarse de que detrás de él haya un sumario de crímenes y muertes?
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

9 Jul, 2015 | Es bastante, algo más que suficiente la volición de quien, sin promesa alguna, se dispone a emborronar cuartillas, a poblar páginas en blancos con los asaltos de la imaginación y los sueños. ¿Qué quiere, qué busca tan solitario señor? ¿A qué aspira, en quién piensa en ese momento de vacío existencial, cuando caen irremisibles sobre el espacio en blanco vocales y consonantes como transcribiendo los llamados de otros mundos, y que apenas cuenta con el correlato virtual de las palabras para ofrecernos una pálida memoria de inconmovibles, infinitas estelas. Y se mueven los dedos, las manos ejercen su danza escrituraria, gesticula el cuerpo como sólida orquesta, y el espíritu viaja, evade escollos, musita, interroga insólitos paisajes, gime, canta y surte progresivamente al hombre que erige catedrales contra los fetiches y fantasmas de sus propios pasos en una turbia, ensombrecida cotidianidad. Escribir por compasión de uno mismo, por una lastimera búsqueda de reconocimiento, por un no revelado deseo de facturar ante posibles adversarios una hacienda lingüística personal, por el solo prurito de un prestigio que obstinadamente rema hacia la orilla de recompensas futuras; por engrosar el fardo inútil de un currículum; por simple decoro en la fuente de Narciso que diariamente se retrata en ella en un interminable re-ego-deo; todo eso puede ser porque la vanidad humana es inconmensurable. Enemigo del gobernante de turno de su país, Ecuador, cuando muere éste, estando en el exilio el soberbio ensayista y purista de la lengua, Juan Montalvo, dijo orgullosamente: “Mi pluma lo mató”. Tal vez fue así. El proferimiento de la palabra da para eso y mucho más. Un perdigonazo verbal, sanguíneo, expresado con la intensidad de una revancha ¿quién puede extrañarse de que detrás de él haya un sumario de crímenes y muertes? Curiosamente, de circunstancias como esas se sirve la literatura a cada momento, ya porque sea la respuesta a una experiencia vivida, ya por el simple y desabrido a veces “así me lo contaron”. ¿Cuántas historias, cuentos, relatos y hasta poesías deben la efectividad de su magia y tránsito a un primer informante? y valga decir también, qué maravilla de tales cuando salvan para la posteridad un relato que pudo perderse ante la inocencia y rusticidad de sus portadores! La gracia no pertenece a todos y algo de divino debe poseer. Escribir desde la franquicia de nuestra lengua nunca es un hobby, un pasatiempo de aburridos, un puente de supersticiones para masajear y acaramelar la vacía testa de los políticos de relumbrón, notorios sin notoriedad cuando llegan al poder. Escribir es un compromiso y un credo con el mundo, una pasión y una ética que no admite dobleces ni rastreras conchupancias. Escribir porque no se apaga jamás la llama de nuestros antepasados.




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