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26 de abril de 2024





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El coleccionista de carnets
En los sombríos recovecos, al fondo de los escaparates de su memoria, guardaba recuerdos de padres y parientes o amigos que habían hecho sus colas para obtener la ficha o el carnet del partido. El carnet estaba anclado en una larga y sólida tradición de familia. Digamos que el afán o la pasión por el carnet los tenía inscritos en el ADN.
Walter Castro Salerno | walterjosecastro@yahoo.es

11 Feb, 2017 | El hombre se había levantado a oscuras para hacer la cola y sacar el carnet. En una de las esquinas del barrio llegó el rumor que era necesario madrugar. No le importó, puesto que en los últimos tiempos ya se había hecho costumbre madrugar y hacer la cola durante horas y horas, bajo un sol achicharrante o latazos de agua, riñendo con choros, guardias, policías y bachaqueros, para comprar comida o algún medicamento.

En los sombríos recovecos, al fondo de los escaparates de su memoria, guardaba recuerdos de padres y parientes o amigos que habían hecho sus colas para obtener la ficha o el carnet del partido. El carnet estaba anclado en una larga y sólida tradición de familia. Digamos que el afán o la pasión por el carnet los tenía inscritos en el ADN.

A la muerte de uno de los últimos dictadores, el pasado siglo y que había sometido y asolado el país y la llegada de la democracia, los partidos políticos, las ligas agrarias y sindicatos y clubes, instauraron la moda del carnet. De hecho, para optar por un crédito para adquirir vivienda, o conseguir regalados sacos de cemento, planchas de zinc y bloques y cabillas, a fin de montar un rancho, tener potes de leche, harina pan, azúcar, un paquete de pasta y jabón, era necesario, indispensable tener el carnet. Incluso el documento de identidad, licencia de conducir o tarjeta bancaria no se conseguían, o se hacía difícil tener, sin el carnet.

En tiempos o contiendas electorales, los antiguos gobernantes y sus partidos que los sostenían lograban así, mediante el control de los carnets, saber quién votaba por quién. Eso lo recordaba el hombre ahora en la cola que se movía, reptante y sinuosa, de los que se arracimaban para obtener el nuevo carnet. El que habían establecido recientemente los actuales gobernantes. Al fin le llegó su turno y tuvo su carnet.

De regreso a casa, abrió el escaparate y puso su nuevo carnet, el carnet de la patria, como lo llamaban, junto a los muchos otros carnets, mustios, ajados, descoloridos, de su colección. La que había recibido como única y opresiva herencia de su parentela.




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