11 Jun, 2015 | Una de las frases antológicas de la historia política venezolana, "¿Sociedad civil? ¿Con qué se come eso?", fue pronunciada en tono sobrancero y burlón por Luis Miquilena en el punto culminante de su ascenso al poder, acompañando al comandante Chávez, su pupilo de entonces.

A quince años de aquella frase, y más allá de la forma desconsiderada y cínica de plantear el tema, el fondo de la pregunta tiene pertinencia porque sociedad civil sigue siendo un concepto esquivo y maleable, una suerte de comodín, que sirve a los más disímiles intereses.

En términos estrictos, la sociedad civil se refiere al conjunto de ciudadanos agrupados en organizaciones no gubernamentales y no partidistas. Bajo esta perspectiva, y tomando en cuenta la baja densidad de la trama organizacional de la ciudadanía venezolana, el tamaño de nuestra sociedad civil es reducido y frágil.

Otra manera de entender el concepto consiste en asumir que la sociedad civil está integrada por todos los ciudadanos que no tienen militancia partidista. Esta vertiente es la que prefieren algunos generales sin tropa, quienes a través de las redes o proyectando su voz engolada en los medios tradicionales, pretenden ejercer liderazgos aéreos sobre la base de una representatividad que nadie les concedió.

Una tercera interpretación pone la etiqueta de sociedad civil a los ciudadanos clase media y alta, con cierto nivel de formación, quienes, teniendo alergia a la política, a los partidos y al arduo trabajo de organización de base, reclaman espasmódicamente sus derechos desde la perspectiva de la antipolítica.

Es cierto que los partidos políticos venezolanos no viven su mejor momento, pero tampoco la sociedad civil está en su mejor forma. Los primeros requieren más democracia, transparencia y sentido de grandeza nacional; la segunda, más organización y un compromiso existencial profundo con el cambio social sin mesías ni caudillos.