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En la Boca de los Caimanes:
un canto para Punta de Piedras
“En la Boca de los Caimanes” podría ser la primera novela de una trilogía identitaria que narre la historia de la fundación del mítico pueblo (que solo se ha mirado para la producción y explotación pesquera y puerto principal de pasajeros y transporte), la saga de los juglares y decimistas punta-piedreros.
Sor Elena Salazar | salazarsor@hotmail.com

22 May, 2017 | “En la Boca de los Caimanes” (2017) es la primera novela del músico y poeta margariteño Juan Ortiz. La novela dedicada a Punta de Piedras, con versos introductorios que sirven de prólogo, con esmerado lenguaje de tendencia hacia el realismo mágico y real maravilloso (herencia de nuestro querido Gabriel García Márquez, festejado en el texto), confeccionada en cinco largos capítulos desde una prosa realista alcanza re-construir el pretérito de Punta de Piedras y recrear a través de personajes ficticios y reales la geografía, la flora, el mar y la idiosincrasia del pueblo homenajeado.

“En la Boca de los Caimanes” podría ser la primera novela de una trilogía identitaria que narre la historia de la fundación del mítico pueblo (que solo se ha mirado para la producción y explotación pesquera y puerto principal de pasajeros y transporte), la saga de los juglares y decimistas punta-piedreros. En esta creación margariteña no se describen protagonistas e historias centrales, la protagonista es Punta de Piedras y con ella: la historia de la niña Fiorela, la Flota Mondoquera de Yayo Vargas, los amores clandestinos del griego Eugenio Crisis con Rebeca Linares, la saga de los Cedeño, la pasión por la décima y sobre todo la atractiva y deslumbrante descripción del escenario marino, como una constante en el relato, que produce un haz de luz y la luna llena en las noches de mar de leva (mar picado) en la Isla de los Aparecidos, en los manglares de la Laguna de Las Mercedes y En La Boca de Los Caimanes.

El personaje Fiorela forma parte de un pretexto como recurso literario que usa el narrador para dar rienda suelta a su realismo mágico y real maravilloso. El autor ha logrado engendrar un Macondo margariteño a través de Fiorela y Punta de Piedras: “Ese día nadie se salvó de derramar lágrimas, excepto Fiorela, quien vio –durante una hora y cincuenta y cinco minutos- cómo todos lloraban desconsolados formando ríos de lágrimas –que salían de los salones de la planta baja- y pequeñas cataratas que bajaban por las escaleras provenientes de las aulas superiores y que, al unirse en tropel, dieron origen a una hermosa laguna (…) que cubrió todo el plantel (…) la laguna del llanto persistió hasta las doce cuando se secó (…) por la acción del sol del mediodía y del suelo que ayudó bebiendo un poco” (p. 66).

La literatura venezolana celebra y se enriquece con este tipo de prosa que deleita estéticamente la cultura, el gentilicio y el rescate de una identidad del bello pueblo de Tubores, que tímidamente desaparece con la llamada modernidad.




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