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¡A votar! Venezuela no debe seguir siendo el campamento en el que manos y bocas ansiosas, más cercanas de la animalidad que de la humanidad, deban disputarse los restos del festín que los déspotas celebran a la manera de un ejército de ocupación. Manuel Narváez
narvaezchacon@gmail.com
4 Dic, 2013 | En vísperas de cualquier elección, es posible identificar con facilidad quienes de las personas que viven en un país son ciudadanos y quienes son simples habitantes. Al habitante le importa muy poco el evento electoral; ocupado en la esfera inmediata de sus intereses particulares, le tiene sin cuidado la elección de gobernantes, modos de hacer en sociedad y destinos colectivos. Si acaso vota, lo hace movido por algún estímulo inmediato y egoísta. Por el contrario, el ciudadano siente intensamente la desbandada de esperanzas que toman vuelo ante la posibilidad de los cambios positivos que podrían producirse; pero también siente en el vientre la fría tenaza que accionan los temores ante las opciones negativas que puedan afirmarse. El ciudadano consciente de sus derechos, pero sobre todo de sus deberes, evalúa las opciones más allá del oropel circense. El ciudadano asume el acto de votación con sentido de trascendencia histórica, de grandeza nacional, de responsabilidad republicana y de compromiso democrático. Venezuela no debe seguir siendo el campamento en el que manos y bocas ansiosas, más cercanas de la animalidad que de la humanidad, deban disputarse los restos del festín que los déspotas celebran a la manera de un ejército de ocupación. Venezuela puede ser un país grande, próspero, moderno y justo. Ante las dimensiones del reto que se aproxima (las últimas decisiones del gobierno son la génesis de la tormenta perfecta que se levanta en el horizonte), no está de más recordar que no somos simples habitantes circunstanciales de un pedazo de tierra. Somos ciudadanos de la Gran Nación Venezolana. El próximo domingo vota, abajo y a la izquierda.
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