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Fuera del paraíso
Hay, por lo tanto, una misión mayor, una obsesión que remonta más allá de lo visible, una pasión que va contra la corriente a costa, incluso, de perderlo todo en el propósito.
Ramón Ordaz rordazq@hotmail.com

19 Feb, 2014 | Por sus aparentes puertas francas la poesía es el género más asediado, el de más espacios virtuales para acometer la palabra; en el que la caprichosa inspiración no reconoce fronteras a la hora de evacuar los demonios que atormentan al errante poeta. Existe la creencia de que un poeta es alguien atarantado o tarambana, medio miope y medio salvaje, con cierto aire de malditismo, sin disciplina y sin escuela, silvestre y juglar de las naderías y ocurrencias que hilvana al trote de su amargo sentido de la vida, anacoreta y mendicante, huérfano de sabiduría y de ideas; en fin, aquel a quien esperan, tarde o temprano, en el hospicio o en el geriátrico.

Lo anterior es un cuadro patológico que ha podido ocurrir y, con seguridad, ocurre todavía; pero, en puridad, en ninguna parte está escrito que es esa la conducta de los poetas. Cualquier lector serio de Baudelaire, por ejemplo, no tiene otra opción que reconocer su rigor de pensamiento, el frío cálculo con que disecciona a la sociedad de su época, el severo análisis con que aborda a sus contemporáneos. Los conocimientos de Baudelaire no obedecen a la intuición, hay detrás suyo toda una cultura disciplinada, pero, asimismo, cuánto de espíritu intuitivo baña a toda su obra.

Ser rebelde, desadaptado, escéptico, nada complaciente con el orden social y el modus vivendi de los ciudadanos de una época, no niega la ciencia o humanismo que cultiva el artista. Ser poeta está mucho más allá del versificador, su palabra es un concentrado, es un reto a la totalidad.

Nos deja una inquietud, ahora que Walter Castro Salerno lo cita, el hecho de que Paul Verlaine no incluyera entre sus poetas malditos a Baudelaire, mientras incluye a Mallarmé, quien ejerció de maestro de generaciones en su tiempo y dejó teorías y complejidades que nutrieron a las vanguardias del siglo XX. Para Paul Valéry, que fue su discípulo, el anecdotario, la biografía, no cuentan a la hora de someter la obra al juicio crítico, cuenta la "Poética", las operaciones del lenguaje, independientemente de que se trate de poesía, novela, teatro, etc. Hay, por lo tanto, una misión mayor, una obsesión que remonta más allá de lo visible, una pasión que va contra la corriente a costa, incluso, de perderlo todo en el propósito.

Llamarla vocación es acudir a la pedagogía barata; es más que eso; un imponderable. Va más en el sentido de las palabras de Castro Salerno: "Para la forja de las ficciones deberá recorrer el camino del suplicio, soportar la maldición de su propia existencia". Es estar, en vez del paraíso, en el infierno que los seres comunes inventaron para ellos.




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