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26 de abril de 2024





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Para Sofía
Para la época en que Carlos disfrutaba de la bonne chère aquí en la Isla; en Caracas, con un ingreso más limitado que el de él, también yo podía pagarme pequeños lujos. Por ejemplo, recorrer en la mañana de un domingo el museo de Sofía para disfrutar de las exposiciones que dedicó a Marisol Escobar, a Soto, a Henry Moore, a Jacobo Borges o al delicioso erotismo de la Suite Vollard, y luego almorzar en alguno de los restaurantes italianos de la avenida Solano o en La Candelaria, era una fiesta.
Manuel Narváez | narvaezchacon@gmail.com

23 Feb, 2017 | Mi hermano Carlos recuerda con nostalgia la época, mediados de los ochentas, en que joven recién graduado, con el sueldo de médico rural de Santa Ana, almorzaba cotidianamente en los mejores restaurantes de la Isla. Entre sus remembranzas le he escuchado relatar que en una visita al restaurante de la legendaria Dorina se encontró con un cartel en el que se leía: “Perdonen las moscas, pero es que somos populares”. Por extraño que pueda parecer, he recordado esa anécdota a raíz de la muerte de Sofía Ímber.

Para la época en que Carlos disfrutaba de la bonne chère aquí en la Isla; en Caracas, con un ingreso más limitado que el de él, también yo podía pagarme pequeños lujos. Por ejemplo, recorrer en la mañana de un domingo el museo de Sofía para disfrutar de las exposiciones que dedicó a Marisol Escobar, a Soto, a Henry Moore, a Jacobo Borges o al delicioso erotismo de la Suite Vollard, y luego almorzar en alguno de los restaurantes italianos de la avenida Solano o en La Candelaria, era una fiesta.

El MACCSI era una cápsula de primer mundo. Sin embargo, su directora era criticada por quienes no soportaban su carácter riguroso y su intransigencia en la búsqueda de la excelencia; por ello la descalificaban tildándola de elitista. Terminaron sacándola del museo y arrancando el SI del MACCSI.

La tarea de reconstrucción que espera por nosotros exigirá, entre muchas otras cosas, que conciliemos a la Dorina y a la Sofía que palpitan en el alma nacional. Para neutralizar la inescrupulosa manipulación populista de los bajos instintos (odio, envidia, violencia…) del ser humano, todos tenemos que entender que lo popular no es sinónimo de vulgaridad, de dejadez o de incontinencia chapucera; que la búsqueda de la excelencia no es monopolio exclusivo de una élite ilustrada.




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