25 Abr, 2017 | Las obras de arte son para admirar. Para ser contempladas y expresar satisfacción por ellas. El artista no solo siente gozo por su creación, sino que además espera, una vez mostrada la obra, que la misma sea apreciada por otros, en reconocimiento a su dedicación y talento. En este sentido, el arte no es desinteresado, sino que representa una concepción de mundo.

Todo pueblo, por más primitivo o alejado de los cánones de desarrollo imperantes, tiene su manera de hacer arte. Incluso, en la historia existen casos de regímenes -comunistas y fascistas como los nazis, por ejemplo- que han tratado de imponer su visión de lo que debe ser el arte, catalogando como "no arte" a manifestaciones contrarias a su catálogo de lo "bello", y dándoles calificativos de subversivas o enemigas del bien colectivo.

En Venezuela el chavomadurismo también tiene su concepto de arte, donde el rojo -al estilo Telón de Acero- domina en la publicidad y propaganda gobiernera y del Psuv. Y así como Stalin allá en la URSS y Guzmán Blanco aquí eran los modelos de los escultores de sus épocas; para el régimen de turno lo es el difunto Chávez, cuyo nombre y figura sirve para todo: desde un hospital Materno Infantil hasta una estatua en Margarita.

No obstante, cosa lastimosa, su escultura en las cercanías del antiguo Hilton sufre de la más terrible soledad. Nadie la visita, ni siquiera sus más llorosos seguidores; y allí está, malquerida, agarrando sol parejo y con más custodia que ni el mismo Hugo cuando estaba vivo. Alguien me dijo: "Ni la Mona Lisa en el Louvre", amén del temor latente de una dura caída.