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"La ciudad y el deseo"
Es por esto que la sociedad civil no actúa, sino que reacciona con iluminada indefensión.
Dalal El Laden | ladendalal@hotmail.com | @DalalElLaden

24 Feb, 2018 | La semana pasada, de "La ciudad y el deseo" (2007, Fundación Bigott), extraordinario libro de ensayos de Federico Vegas, transcribimos parte de "Sobre lo civil", quedándonos en lo siguiente: "¿En verdad lo civil se ha hecho enteramente sociable, urbano y atento? (…) ¿ha dejado lo civil de ser grosero, ruin, mezquino y vil? Ahora sí tenemos que abandonar los diccionarios y acudir a nuestro particular momento histórico. Propongo que comencemos por contestar una de las frases más cínicas que se pronunciaron cuando un ente llamado 'sociedad civil' comenzó a figurar en nuestro panorama político. Preguntaba jocoso y despectivo el entonces ministro del Interior: '¿Con qué se come eso?'. La respuesta que ahora propongo es: 'pues con todo'. La sociedad civil es un ente comestible y apetitoso. Al verla desplegada y eufórica uno exclama como ante un lindo bebé: 'Provoca comérsela'. Y a más de un político se le hará agua la boca viendo a esa criatura que en sus primeros pasos genera inmensas marchas, que presume de no tener un líder, de no pertenecer a un partido, de vivir en un estado de gracia entre impoluto y perplejo. La sociedad civil no incluye a los marginados. Para los que nada tienen, para los que sólo pueden rasguñar algunos símbolos de consumo pero no los medios de producción, el término 'sociedad civil' nada significa y hasta resulta sospechoso. Pero no son éstos los únicos marginados, hay también el enorme porcentaje de los que nos hemos automarginado de lo civil por elección propia. Es decir, de los partidos, de las mesas de votación, de los colegios profesionales, de los planes de nuestras alcaldías y hasta de las reuniones de condominio. Hemos dejado de ser sociables y urbanos, para hacernos desconfiados, disgregados, aislados. En política -es decir, en el arte de pertenecer a la polis- 'ser un privado' equivale a 'estar privado de'.

Es por esto que la sociedad civil no actúa, sino que reacciona con iluminada indefensión.

Se convoca y se organiza alrededor del peor de los argumentos: aquello que no se quiere, aquello que, con toda razón, se detesta. Un millón de personas marcharon sin miedo a morir, pero sin saber qué era lo que realmente se proponían, ni a través de quiénes, o cómo habría de hacerse. Conocemos los resultados. Es evidente que nuestra sociedad civil no puede seguir nutriéndose solamente de una inocencia tan feliz y de un odio tan decidido. No hace falta ser militar pero sí hay que ser militante, con los vicios y virtudes que implica una meta política. Volvamos a los diccionarios. Recordemos que Corominas nos decía que civil venía de 'civilis', 'propio del ciudadano'; y cómo nos explicaba que el término sobrevivió con su sentido latino en aquellas sociedades donde el ciudadano ejercía sus oficios. La conclusión es obvia: una ciudad mezquina, ruin, grosera y vil no puede generar una sociedad civil, generosa, sociable, atenta y urbana. Si hubiésemos marchado a favor de una ciudad digna y justa, sin marginados ni automarginados, con el mismo alegre y valiente fervor que hemos esgrimido contra el más incontenible fanfarrón que ha conocido nuestra historia política, cada paso hubiese consolidado una verdadera conquista, y no un exquisito manjar de incertidumbres y confusión" (páginas 164-165).




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