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Elecciones: Teatro de sombras
No hay razones para optimismo alguno, menos en una atípica campaña electoral en la que los contendientes prometen poner fin a los desastres del gobierno anterior (¿?). Vivimos un teatro de sombras chinas. Hace más de cuatro siglos que Don Quijote enfrentó las truculencias de maese Pedro y su teatrillo. En ese triste y pobre espectáculo tienen —quienes “gobiernan”— a los venezolanos.
Ramón Ordaz rordazq@hotmail.com

11 May, 2018 | Estamos solos, de eso no hay dudas. Cuando el gobierno fracasa en casi todas sus políticas, cuando el presupuesto de los venezolanos lo barrena diariamente una economía en picada, un sistema cambiario que convierte nuestra moneda en una ficción donde nunca se gana porque no hay superávit, sino déficit constante; donde la burocracia y la corrupción forman parte de ese modelo; donde se propicia el servilismo como práctica de un vulgar clientelismo para blindarse en los secuestrados poderes; cuando una militancia con carencias de todo tipo (alimentación, salud, indumentaria, esparcimiento, adquisición de bienes no suntuarios, entre otros), dejan de ser lo que son para convertirse en ganapanes mendicantes de una revolución cuya divisa es la improvisación y el disparate, acríticos, marchitos y marchantes en defensa de un legado de promesas incumplidas; entre tanta ceguera y ejercicio permanente del olvido, uno empieza a aceptar que sí, estamos solos los que no formamos parte de esas acrobacias del hambre repartida en bonos, en subproductos de una caja de alimentación y en ese carnaval cotidiano que va de un feriado a otro para darle placebos y uno que otro bocadillo a quienes trabajan en el circo.

No hay razones para optimismo alguno, menos en una atípica campaña electoral en la que los contendientes prometen poner fin a los desastres del gobierno anterior (¿?). Vivimos un teatro de sombras chinas. Hace más de cuatro siglos que Don Quijote enfrentó las truculencias de maese Pedro y su teatrillo. En ese triste y pobre espectáculo tienen —quienes “gobiernan”— a los venezolanos. Piden un voto de confianza para los “hijos” de Chávez, ¡oh, paternidad irresponsable!, para que, después de veinte años, continúen los mismos incapaces en el poder.

En el transporte público, en los mercados, en las pescaderías, en las panaderías, en las colas de los bancos, de los minimarkets y supermarkets, en las tabernas, en bodegas, bodeguitas y bodegones, en las cervecerías, en fondas y fonduchos, en los kioskos de lotería, en los tarantines de ventas de baratijas, en las quincallerías, en los puntos de venta de los bachaqueros, en la improvisada feria, en las caucheras, en los puestos de frutas y verduras, en los pregoneros ambulantes, en las clínicas y ambulatorios, entre los compradores de dólares, euros y bolívares, en las funerarias y en los cementerios, no aparece un alma que levante la voz y diga “yo soy chavista y voto por la revolución”. Tiene uno la impresión de que el chavismo no existe, que es otra ficción como el retablo de Maese Pedro. Caballero a la zaga, sospecha uno que hace rato Maese Pedro cabalga en el burro de Sancho Panza. Don Quijote en Rocinante y Sancho, a pié.




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