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26 de abril de 2024





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Nuestro oficio es aprender
El espacio sagrado ha sido despojado de su milenario sentido de curación. Es así como en nuestros días cualquier pregunta sobre la poesía y el lugar del poeta se vuelve banal y frívola.
Ramón Ordaz / rordazq@hotmail.com

15 Dic, 2018 | “La poesía deber ser hecha por todos”, sentenció Lautréamont. Expresión que nos remite a los orígenes, al místico que grabó en las puertas de la humanidad himnos que son piedras miliares, textos sagrados de la antigüedad. De “A las Musas”, poema que forma parte de los tradicionales “Cantos Órficos”, subrayemos sus últimos versos por lo que tienen de trascendencia: “Acudid, veneradas, divinas potestades;/ iluminad con vuestra fausta presencia a estos iniciados./ Seamos por vosotras ardientes, amables, gloriosos, repletos de elevados deseos,/ y en nuestro interior sintamos arder vuestro fuego sagrado”. Siempre fue oscura, cifrada, la poesía de los iniciados. Esa beatitud de los tiempos pasados la hemos perdido.

El espacio sagrado ha sido despojado de su milenario sentido de curación. Es así como en nuestros días cualquier pregunta sobre la poesía y el lugar del poeta se vuelve banal y frívola. Otros con más audacia han podido preguntar ante Klee, Kandisnky “Qué representa?”, “Qué significa?” Ante esos nuevos monumentos de la escritura pictórica, para la respuesta justo es acudir a Pablo Picasso: “Todo el mundo quiere entender la pintura. ¿Por qué no se trata de entender el canto de los pájaros? ¿Por qué se ama una noche, una flor, todo lo que rodea al hombre, sin tratar de entenderlo? En tanto que, en el caso de la pintura, se quiere entender; que comprendan, sobre todo, que el artista trabaja por necesidad; que también es un ínfimo elemento del mundo, al cual no habría que asignar más importancia que a tantas cosas de la naturaleza que nos encantan, pero que no nos explicamos”. No todo tiene explicación, y el lugar del misterio no se puede cancelar con respuestas circunstanciales y banales.

Desde las atalayas del mundo la fuerza de los opuestos nos mantiene entre la carencia y la celebración: Por cada extravío del amor una resurrección; por cada fe perdida, un labrador arroyo canta sin cesar por los esteros de nuestra fantasía. Soñar no cuesta nada, entonces ¿por qué no soñar bastante y ponerlo al servicio de la belleza, de la armonía, del arte? Pero hasta para soñar hay que tomarse licencias, obsesionarse hasta conseguir el olvido de uno mismo, y trabajar, trabajar para validar aquello de que en una obra de arte “el diez por ciento es inspiración y el noventa por ciento, transpiración”. El crítico Boyer D’Agen nos regala una anécdota, ejemplar y digna, de Ingres, quien imitaba en su taller a Giotto, maestro y guía del arte renacentista: “A los ochenta y seis años, cuando dibujaba un trozo de Giotto, Ingres contestó a alguien que le preguntaba por qué: “Para aprender”.

Hay genios sabelotodo que espantan; nunca fueron aprendices. Lo que dicen, y hacen, se lo creen ellos solos. Como Ingres, viejo y carismático, nuestro oficio es aprender.




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