Porlamar
2 de mayo de 2024





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Diego Reyes: En Porlamar aún trabajo y aquí es donde también pienso morir
A los 84 años tiene su "punto" comercial en un banco de concreto del bulevar Guevara, a pocos metros de la emblemática ferretería Casa Azul. Desde los 15 años trabaja pero no en el ámbito comercial, sino que su oficio originario fue el de pescador artesanal.
Yanet Escalona

Foto: YANET ESCALONA

Diego Reyes relata su cotidianidad. / Foto: YANET ESCALONA

5 Jun, 2014 | Hacia el mediodía, en cada recoveco de la ciudad marinera la "mesa" está servida por la cantidad de personas que hacen un alto en medio del camino para almorzar con viandas que traen de sus casas o que compran por encargo. Cualquier acera o bulevar es buen sitio para degustar a cielo abierto. Así transcurre la vida comercial, tras bastidores, dentro de la economía informal.

Estos espacios urbanos también se prestan para la exposición y venta de una gran gama de productos. En uno de los bancos de concreto del bulevar Guevara, Diego Reyes, de 84 años, se coloca paciente a exhibir una docena de sandalias y cholas de goma para el logro de unas ventas diarias, las cuales, más que darles para comer, le sirven de distracción y esparcimiento.

Como están expuestas a la intemperie las cholas tienen su capa de polvo. Las vende baratas, a 20 bolívares el par. "Casi no les gano. En realidad vivo es de mi pensioncita que antes cobraba por el Inager y ahora por el Seguro Social", dice.

Como el tiempo para Reyes no es apremiante accede a hablar, tranquilo y sin apuros, bajo la sombra de frondosos árboles que han sobrevivido al desarrollo de Porlamar. La antigua calle Guevara, hoy bulevar, es una de las más tradicionales de la ciudad de antaño.

Jornada "Laboral"

Para este peculiar protagonista de la economía informal, una buena jornada significa vender cuatro pares. "Más son las veces que no hago nada", agrega Reyes quien reside "allá abajo cerca del Comando (de la Guardia Nacional) en Los Cocos", y señala.

"En Porlamar vivo y aquí pienso morir", agrega, sin temerle al natural desenlace de los seres humanos, y justo en el ocaso de su vida.

"Si uno se queda encerrado dentro de la casa, ahí sí que se muere más rápido", justifica. Como es libre en su oficio, no tiene horario, ni lo rigen las escalas de precios justos. Así como puede llegar a las nueve de la mañana a su "punto" comercial, a veces también madruga. Todo depende de cómo se sienta.

"Desde los 15 años estoy trabajando, pero no en el comercio. Primero fui pescador. Tenía una lancha que medía 10 metros y se llamaba "Jimmy". Sacábamos carite, carachana... toda clase de pescados. Salíamos hacia Macanao, Los Frailes, Los Testigos e Isla Blanca... todo eso lo recorríamos", recuerda.

Su mamá, Martina Reyes, era margariteña de La Sierra y su papá, Esteban Márquez, provenía de Saucedo, estado Sucre. "Fui hijo natural. Mi papá era de esos hombres que en cada lugar dejaba un hijo. Tanto es así que tengo otros 8 hermanos, 4 hembras y cuatro varones, a quienes no he podido conocer".

Relata que tiene una hija que lo cuida, Rosibel, y cuatro nietos. "Si no fuese por ella no estaría vivo", dice agradecido. Desdentado, tranquilo y sin nervios ve transcurrir horas de la ciudad, como si el tiempo se detuvo.

Con tranquilidad, tras la estela de 84 años vividos, ve cómo se desenvuelve la cotidianidad urbana, al paso de turistas y residentes. Sólo se molesta con aquellos "vagabundos" que van a los bulevares es a "echar broma", y no respetan a nadie. "Es que a uno lo criaron diferente", agrega, al enfrentar tal decadencia moral.




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