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Tiempos borrascosos
El resto en bancarrota que se suma y hace minoría, no es más que comodidad e indiferencia de un pueblo ante sus más apremiantes necesidades. Hay que señalar, sin embargo, que este pueblo se hizo presente en lo que ridículamente llaman “fiesta electoral”, cuando no deja de ser un elemental ejercicio de ciudadanía, hoy escamoteado por quienes utilizan el voto como represión y opresión de un pueblo. Esa “democracia” con bozal de arepa define con creces el perfil del hombre nuevo.
Ramón Ordaz / rordazq@hotmail.com

28 Dic, 2017 | Como todavía no nos hemos batido en retirada y queremos vivir a carta cabal, debemos aprender las reglas que imponen las circunstancias. Y aquí “circunstancias” tienen su equivalencia en los miles de ciudadanos que decidieron el destino de nuestros pueblos para un nuevo ciclo de años marcados por la incertidumbre.

Respeto la potestad de los electores que optaron por sus candidatos, los que, en definitiva, poco o nada resolverán en cuanto a los problemas fundamentales de la crisis que padecemos. Esa minoría electora no será más que mero bulto, francachela de una política que hace rato entró en franca descomposición y vive a la espera de que el santo de los santos, el nieto de Maisanta, haga un milagro. La abstención crítica, consciente, emergente, no deja de ser una respetable mayoría. Algo huele mal en Dinamarca.

El resto en bancarrota que se suma y hace minoría, no es más que comodidad e indiferencia de un pueblo ante sus más apremiantes necesidades. Hay que señalar, sin embargo, que este pueblo se hizo presente en lo que ridículamente llaman “fiesta electoral”, cuando no deja de ser un elemental ejercicio de ciudadanía, hoy escamoteado por quienes utilizan el voto como represión y opresión de un pueblo. Esa “democracia” con bozal de arepa define con creces el perfil del hombre nuevo.

La dirigencia en el poder quiere serviles, borregos, seres susceptibles de dejarse corromper por un bono miserable, por un carnet y por la promesa de felicidad que traerá el nuevo Mesías. Lo cierto es que, y hago aquí memoria de un viejo anarquista catalán, el pueblo siempre tiene razón, aunque se equivoque. A cuál pueblo otorgar la razón, ¿al 40 % elector o al 60 % abstencionista? La apatía como excusa para juzgar a la mayoría hoy daría para escribir una novela del absurdo, cuando supimos de esas multitudes “apáticas” en las calles. Pareciera vislumbrarse dos Venezuela.

La brecha existía, solo que es ahora cuando el venezolano común la siente en el costado de su hambre. Como hasta ahora hemos escapado de la maldición fáustica: “¡Maldita sea la esperanza! ¡Maldita sea la fe y maldita sobre todo la paciencia!”, colgamos de una estrella decembrina el deseo de que quienes asumieron el camino del barranco entren en estado de contrición y puedan ver algún día de qué tamaño es el horizonte, y quienes se han mimetizado en la silla por casi dos décadas tomen conciencia de que el infierno en la tierra existe. Ese grotesco continuismo supera con creces las aberraciones del pasado. La única felicidad que conocemos es la que disfrutan esas pocas familias en el poder.

Pero el pueblo pone de lado sus pesares para que ellas sigan allí con todos sus privilegios. ¿No fue Hegel quien dijo que “El pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere”? ¡Qué bien lo interpreta el socialismo folklórico!




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