Club de vela / Foto: CORTESÍA

21 Jun, 2019 | Desde hace unos años, el Club de Vela se ha convertido en otro de los lugares de encuentro de aguas abiertas coordinado y liderado por nuestra instructora Nanda.

Nanda es infaltable, así como serán inevitables las cientos de fotos que vendrán por whatsapp mas tarde y que descontrolarán una vez más las memorias de nuestros celulares.

De a poco hemos ido bautizando los lugares de la ruta de entreno, el barco pirata, el velero, el aro, la piscina, la muralla, la cueva, la piedra, la playita y finalmente playa Valdez a la que no le hemos inventado nombre aun.

El día empieza rodeándonos de la alegría de quienes van llegando al club de vela donde amablemente han cedido sus espacios para permitirnos compartir y disfrutar de sus instalaciones como lugar de encuentro y donde cada tanto celebramos los cumpleaños de alguno de nuestros compañeros.

Sentados, contemplamos el paisaje y el clima y nos vamos dando una primera idea de cómo serán las condiciones del mar de ese día.

Hace poco empezamos a escuchar unos graznidos lejanos y de pronto como aviones de acrobacias en perfecta formación pasaron sobre nuestras cabezas decenas de flamencos provenientes de la laguna con sus panzas grises y sus alas rosadas lo que significó un minuto de silencio. Con esa particularidad ya ese sábado había valido la pena vivirlo.

Cuando ya es casi la hora de salida, vienen las primeras fotos del grupo de turno. Luego salimos por la parte posterior del club hacia la marina de los yates previo saludo a los Bora, dos tremendos pastores alemanes que vigilan el sitio nocturno vecino y que cada sábado asoman sus fauces y ladridos por sobre nosotros a través de unas precarias barandas de madera y que retumban a centímetros de nuestros oídos, pero ya nos hemos acostumbrado a ellos aunque igual cruzamos esos metros rápidamente por si acaso.

Caminamos sobre los tablones de madera del muelle hasta el barco pirata que es nuestro punto de salida y donde siempre tomamos la segunda tanda de fotos mientras Nanda ya se encuentra en el agua montada sobre su característico kayac amarillo, nos dá las primeras instrucciones y al rato y con pitazos va dando la salida de a uno mientras sufrimos el próximo e infranqueable momento de tener que lanzarnos a las frías aguas para iniciar nuestro entreno. Jamás he escuchado a nadie decir: “me regreso, hoy no quiero nadar”.